En la frecuentación de las ciudades enormes, en el cruce de sus
relaciones innumerables, nace, sobre todo, este ideal obsesionador. ¿No
tuvo usted el grito estridente del vidriero, y de expresar en prosa
lírica las desoladoras sugestiones que manda ese pregón hasta las
guardillas, a través de las más altas nieblas de la calle?
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—Quiero a las nubes…, a las nubes que pasan… por allá… ¡a las nubes maravillosas!
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"¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes."
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¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, déjame!
¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es
un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.
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Cada hombre lleva en sí su dosis de opio natural, incesantemente segregada y renovada.
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Pero la Venus implacable mira a lo lejos no sé qué con sus ojos de mármol.
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Siempre ha sido interesante el reflejo de la alegría del rico en el fondo de los ojos del pobre.
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En este mundo estrecho, pero tan henchido de repugnancia, sólo un objeto
conocido me sonríe: la ampolla de láudano, vieja y terrible amiga, como
todas las amigas; ¡ay!, fecunda en caricias y traiciones.
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«Casi todas nuestras desgracias provienen de no haber sabido quedarnos
en nuestra habitación» —dice otro sabio, creo que Pascal, llamando así a
la celda del recogimiento a todos los alocados que buscan la dicha en
el movimiento y en una prostitución que llamaría yo fraternitaria , si
quisiera hablar la hermosa lengua de mi siglo.
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...no me atreví ya a creer en felicidad tan prodigiosa, y mientras me
acostaba, rezando una vez más, por un resto de costumbre imbécil,
repetíame medio dormido: «¡Dios mío! ¡Señor Dios mío! ¡Haced que el
diablo me cumpla su palabra!».
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El paseante solitario y pensativo obtiene una singular ebriedad en la
comunión universal. El que desposa fácilmente a la multitud conoce
febriles alegrías, de las que eternamente se verá privado el egoísta,
cerrado como un cofre, y el perezoso, enquistado como un molusco. El
adopta todas las profesiones, todas las dichas y todas las miserias que
la circunstancia le presenta.
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Lo que los hombres llaman amor es demasiado pequeño, demasiado
restringido y demasiado débil, comparado con la inefable orgía, la santa
prostitución del alma que se da entera, poesía y caridad, a lo que
imprevistamente aparece, al desconocido que pasa.
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Y me acuesto, orgulloso de haber vivido y padecido en seres distintos de mí.
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¡Yo canto al perro sucio, al perro pobre, al perro sin domicilio, al perro corretón, al perro saltimbanqui, al perro cuyo instinto, como el del pobre, el del gitano y el del histrión, está maravillosamente aguijado por la necesidad, madre tan buena, verdadera patrona de las inteligencias!
Textos extraídos de Pequeños poemas en prosa
Traducción: Enrique Díez-Canedo
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