Publicar Explicación de la derrota, antología esencial, de Aníbal Núñez (1944-1987), ha sido un acierto de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes.
Un acierto editorial que permite conocer la escritura de uno de los más destacados poetas salmantinos del siglo XX y que no sólo llega a los lectores de habla hispana, sino a insospechados públicos distribuidos en un mapa de 41 idiomas a los que fue traducido el poema del que toma el nombre la antología.
El libro fue preparado para el XX Encuentro de Poetas Iberoamericanos realizado a fines de octubre de 2017 en Salamanca, España que, en esta su versión estuvo dedicado a homenajear a Núñez.
El nacimiento de este libro fue todo un acontecimiento para los poetas que fueron amigos de Núñez y que pueden atestiguar sobre la intensa y diáfana lucidez con que vivió la poesía y el arte. Así lo hicieron, por ejemplo, José Amador, Aníbal Lozano y José María Muñoz Quiroz, para quienes resulta justo y oportuno el homenaje a un poeta de una gran hipersensibilidad ante la belleza y el dolor, ya marcada en su mirada de niño, congelada en las fotografías que dan fe de su paso y que fueron recopiladas por José Amador en un entrañable documental.
“Aníbal Núñez acaparó casi toda la puntería de las circunstancias adversas, en cuanto a su vida por las aulas, calles y bares de Salamanca. Pero conviene centrarnos en sus versos gimiendo bajo la hierba de los muros empedrados de su ciudad, en sus textos que otros corazones sienten crecer: claro torbellino emergiendo del caos, de su lenguaje amante de lo antiguo y de lo porvenir, de su mirada incrédula ante la perfecta esperanza…”, escribe en el pórtico, el antólogo Alfredo Pérez Alencart.
“Su ciudad, mediante este homenaje y antología, empieza a saldar una deuda más que necesaria hacia quien nunca pidió nada. Un poeta que necesitaba ser clásico para ser posmoderno: quiero decir que no quiso estar a la moda (poética) de su tiempo, pues su tiempo (lírico) fue de todos los tiempos, desde los vates latinos de Catulo, Prosperci, Horacio o Tibulo, hasta Rimbaud (a quienes tradujo), pasando por la mitología griega, el barrco, el romanticismo o Cernuda…hasta llegar a Valente, Ángel González o Claudio Rodríguez”, detalla Pérez Alencart.
El libro, está ilustrado con fotografías de Aníbal Núñez y reproducciones de algunas de sus obras plásticas; además en la publicación 70 poetas de distintos países de habla hispana y Portugal, le rinden homenaje con un poema cada uno. En la portada, va un retrato de Núñez, pintado por el artista Miguel Elías.
“Quedan más días rebeldes Aníbal y también alguna una mirada que hiela. Mientras, aquí una remembranza de lo que sembraste en pleno invierno, obstinado en tus renuncias para no estar al lado del mercader. Poeta, estás vuelto”, cierra el colofón del libro que a continuación va una selección de poemas.
Paura Rodríguez Leytón
Taller del hechicero
Es muy posible que desilusione
el no encontrar marmitas, humareda
ni artejos de vampiro ni cultivos de órbitas
amén de aquella hierba que crece en las cornisas
de los montes sagrados—
Ni siquiera
la inexpugnable luz de turmalina
Se ríe cavernoso el hechicero
—el único ingrediente que siempre encontraréis—
al ver el desencanto.
Y enmudece
cuando otro personaje que nadie se esperaba
os cuenta su secreto que consiste
en la necesidad del narrador
de un elemento extraño mientras piensa
en un final feliz para vosotros
los héroes asombrados del único relato.
Nada queda…
Nada queda de nuestro
palomar blanco, donde
sentimos el primer
vértigo nada queda
del almendro en el que
imaginábamos lianas
y éramos dos tarzanes nada queda
de la tapia que el mundo dividía
en territorio apache
y en territorio sioux nada queda
del cuarto de las ratas
que olía a viejas historias y tampoco
queda nada me han dicho
de la terraza ni de la
galería de cristal donde el sol en invierno
se acurrucaba como un gato nada
queda de la escalera
de caracol ya nada
del jardín con castaños con acacias
con ¿qué? donde aprendimos a montar
en bicicleta nada
queda de nuestra casa
primera
Hay una valla
y detrás nada, los expertos
han medido el terreno con sus metros cuadrados
con sus gafas cuadradas han aojado el terreno
con sus zapatos negros han sumado la tierra
de nuestra infancia que hoy no tiene
dónde meterse:
está prohibido
el paso a los ajenos a la obra.
Epitalamio
Ya viene, ya se siente
esa querencia del otoño a hacerlo
todo más soportable: sólo ahora,
aprovechando que la tarde pone
todo color de miel, miel en mi boca,
darte mis parabienes puedo
Trago
saliva: una laguna
me apaga el corazón. Corre, que seas
muy feliz. La distancia
me ayudará a olvidarte, pondrá tierra
por medio. Mi pañuelo
ya vuela en el andén
Llegará el día
de volver a encontrarnos —¡que sea otoño!-
Mucho me temo que la vara mágica
va a fallarte y que, al cabo
de poco tiempo, seas
—como aquella ciudad que ya no eres—
sólo reconocible por tu nombre.
La belleza no está…
La belleza no está, es decir, no sólo
está en las alas de la mariposa
(carta de la ilusión inalcanzable);
habita, sobre todo,
en la delicadeza de los dedos
que cuidadosamente la dan suelta
sin que mota celeste de polvillo
quede en las yemas huérfana de vuelo
Alas de gasa, dedos que superan
su liviandad… Aún cabe más belleza:
manos que no pretenden que un anillo
se pose sobre ellas, y capaces
de no querer ser nada más que manos.
La belleza arrebata a las palabras que quieren proclamarla
De la mutilación de las estatuas
a veces surge la belleza, de los
capiteles truncados cuyo acanto
cayera en la maleza entre el acanto
—réplica en viejo mármol de un verdor sorprendido
por la primera lluvia que conoce—: posible
perfección del azar que nada tiene
que hacer para ser símbolo de todo
lo que se quiera
Triste
belleza —no la suya: nunca es triste
la piedra en su lugar, nunca fue triste
la maleza en el suyo— la del símbolo…
Pues el azar que rompe la voluta,
cercena gestos imperecederos…
es el mismo que quiebra la hermosura
de edificios de sangre
Sólo quise
decirte —y me han salido dos acantos
y tres tristes— que nada
hay para mí más bello que el ver que estás alegre
y viva.
Inutilidad del poeta didáctico
La rosaleda del chalé mantiene
relaciones cordiales con la baja
maleza del camino
Esto bastaba
para hacer una fábula, un cuento edificante
sobre la abolición de las barreras
sociales por amor. Añadiríamos
que una abeja dorada es la correveidile
y que sin que lo sepa el jardinero
ha brotado un rosal al otro lado
La sola exposición de estos detalles
de por sí moraliza: de su mera
contemplación surgió la moraleja,
la urgencia de escribirla
y un precoz sentimiento de sonrojo
intentando variar sin conseguirlo
el vuelo de la musa moralista
Esperemos…
que el lastre de verdad que la corona
la haga precipitarse y vuele libre
cuando haya perdido la cabeza
… sentados.
¡Haz novillos, Rimbaud!
Una constelación lleva tu nombre
y Ofelia hace mil años que navega
a lo largo del Mosa: suficientes
motivos entre cientos de nenúfares
para no ir a clase esta mañana
ni viajar por los libros de aventuras
en esa biblioteca de carcomas.
Se dice igual espuma o musgo;
te es igual ir al río o ir al bosque:
(ver a los sirgadores en la orilla,
ver a los carpinteros en los claros).
Se bebe igual llanto o cerveza
por los caminos pedregosos:
(perdido en la hojarasca has visto a un fauno
que cree que has sido tú el que se ha perdido).
……………………………….
Cuando vuelvas a casa, ni tu madre materna
ni la ciudad asmática sabrán de dónde vienes,
ni que has ido —¡es un golfo!— a rezar tu plegaria
a la casta Cibeles entre las campanillas
para que a los obreros no les falte aguardiente.
Síntomas de vejez
Ya el poeta no hace como antes
boceto de sus lágrimas
ni refunde su canto hasta el poema
ahora directamente como el liquen
sobre la piedra inerme
dispone las palabras a sabiendas
de que el tiempo ha dispuesto el cañamazo
de lo que va a escribir para el olvido.
A Miguel Hernández
Miguel Hernández, alto compañero,
yo te he escuchado cuando ya habías muerto.
¿Será que estabas en el dulce huerto
de mi amargor temprano y agorero?
Arcángel eras de mirada triste,
de un campo huraño que rasgó tus mieras.
Tu voz sería amarrada si no fueras
ya un arcángel que quedas y te fuiste.
En cada primavera me renaces;
llenas todas las fuentes: en el nicho
sólo quedó la tinta… y el papel.
Campesino tronchado que no yaces,
¿qué te voy a decir que no hayas dicho?,
Miguel Hernández, barro, aunque Miguel.
Sepultura de Ícaro
Todos los gestos cercenados, piedras
graves del ceño, consideraciones
sobre la legitimidad de alzar el vuelo
han tomado la forma que tuvieran las alas.
Y así aquel que cifraba en su delicadeza
la afición a volar y el don de hacerlo
encadenado yace bajo polvo de azogue
en la tierra que poco a poco le suplanta.
La batalla
El herido, en la hierba, después de la batalla
que no previo jamás, va a incorporarse.
La sangre que ha perdido le retiene
junto al perfume de la tierra.
Vencido está y no es un derrotado
y dulcemente se incorpora, dulce-
mente vacila, busca amparo
en el suelo, en lo tibio.
Mira hacia el cielo luego, el sol le llama: quiere
vivir, morir, dejarse
llevar por el aroma que adormece y excita.
Sí, merece la pena
levantarse: se alza
con más fuerza que usara en la refriega:
sus heridas se encienden.
Ebrio de decisión vuelve a abatirse
y despierta —¿la noche le ha olvidado?—
dentro de una mañana
en que aturdido sigue, deslumbrado
por la luz victoriosa que no acierta a entender.
***
(Fuente: Círculo de poesía.com)
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