sábado, 23 de julio de 2022

Mario Arteca (La Plata, Buenos Aires, Argentina, 1960)

 


Monk, poesía argentina


 

 

Bluehawks (Thelonious Monk, 21 y 22 de Octubre, 1959)     

 
 a Alberto Giordano 

“Si hay alguna influencia entre nosotros, sólo puede haberse producido en la dirección opuesta” 
T. M. 


Pero de alguna manera, la dificultad está incrustada  
en el placer. En esa época, tenía un montón de espera  
en el reloj, y aún no lo sabía. Ninguna persona se mostró  
para advertírmelo. Yo no decía “adiós” o “hasta mañana”,  
sino simplemente “hasta la próxima”: una bola arrojada 
a la capa asfáltica de las posibilidades. Finalmente,  
nadie sabe cuál es la referencia a la que se apunta,  
porque aquello forma parte del parque lunar que fuera 
demolido para establecer en el lugar un estadio de fútbol, 
muy pintoresco, una caja de fósforos con sus icónicos 
patitos en fila estampados en la marquesina del paquete. 
Cada vez que raspábamos sobre su lomo, iba consumiéndose, 
de afuera hacia adentro; se vaciaba como sacos de calamar 
antes de ingresar a la fritura. Lo mismo cuando decimos 
“hasta la próxima”, dado que el mañana se extiende 
entre fallidos pronósticos de lluvia a mediano plazo. 

Lo que suceda con nosotros no lo sabemos sin predecirlo, 
en tanto se pongan en marcha procesos de aproximación. 
Por otra parte, el destino nunca estuvo escrito; antes 
habrá que someterlo a prueba, a fuerza de insistir 
en las certezas. Es lo que produce la fascinación 
de lo complejo: al tiempo que se muestra oculto, 
transita transparente. Mientras tanto, nos entregamos 
a algo que puede cambiar la perspectiva, rápidamente, 
donde todo se disuelve en una humedad brillante,  
pero casi nadie está preparado para recibir sorpresas 
y pocos aceptan eso sin desconocer las consecuencias.

De todos modos, muchos expresan cosas importantes 
que sólo son importantes para ellos; lo que no debería 
apresurar ningún tipo de impugnación de nuestra parte, 
salvo que lo dicho sea más ordinario que la superficie 
donde ahora lustro una mesa de fórmica, heredada 
de un padre adicto a la extrema limpieza de una mesa 
imitación caoba. Incluso también puede que el tiempo 
y los anabólicos transformen a los arquitectos 
en pianistas de jazz. Todo es aleatorio si se muestra 
reconocible. Me sucedió hace pocos meses, mientras 
caminaba junto a dos bellas mujeres, cuyo contraste 
conmigo hacía que la diferencia sea más notoria. 

En situaciones así, una interrupción casual desconecta 
el punto donde debe mantenerse el equilibrio. Por cierto,
es precisamente ahí –decía– donde a menudo confundo 
un elefante blanco con la aparición de un benteveo
sobre la soga de tender la ropa. Y ocurrió de esa manera. 
Sin embargo, llama mucho la atención cómo algunas 
personas toleran el hecho de canjear su identidad cuando 
ésta va de la mano del malentendido. En el pasado reciente, 
aquello se dio en forma devastadora sobre los cuerpos, 
y aún seguimos pagando los alcances de la pérdida. 

No obstante, ya se sabe, nada se completa por naturaleza. 
Imagínate que, por algún motivo, pasás de un vino a otro
y estás allí a punto de sentir una continuidad, de B a C. 
Pero si te preguntás cómo llegaste de A a C, no existe 
conexión alguna. Y enseguida sucede la misma cosa: 
Hiroshima, La Cacha, Srebrenica, Jasenovac, El Vesubio, 
etc. Como si flotaras a través de los hechos en medio 
de un trance de hipnosis, cuyo maestro de ceremonia
rompa el encanto porque sí, con un chasquido de dedos 
y, pese a todo, volvieras al lugar donde te dejaron dormido. 

Podés enamorarte de quien quieras, querido/a: una mujer, 
un hombre, una ciudad, o bien del espacio preferido 
donde dejás la piel cocerse lenta al sol de la mañana, 
o acariciando un amuleto de la suerte; también del delantero 
de tu club favorito, antes del poner el dedo al azar cuando 
girabas entumecido el globo terráqueo en la biblioteca 
familiar y, de pronto, de la nada, nazca desde el índice 
un país desconocido, con esos nombres ajenos a tu cultura 
ya oxidada. Aunque eso nunca dejará de ser un territorio
vacante donde poner en adopción tus propias palabras. 

Es más fácil hacerlo rápido que construir algo interesante 
sobre un tempo lento. No deja de ser sólo una opinión.
Entonces –parafraseando a Edward Field–, “una mala 
crisis es una crisis propia”. Eso mismo sentía cuando 
intentaba imitar el movimiento de las manos de los grandes 
pianistas sobre un teclado repleto de marcas de humedad, 
junto a restos de grasa de pollo encima de la mesa diaria, 
trozos grillados a las apuradas cada mediodía de una vida 
por entonces. Después, todo se hizo diferente, incluso 
idéntico. Uno no tiene derecho a volverse incoherente, 
de caer en la anarquía hasta el punto de no construir nada, 
de hacer un montón de cosas, unas detrás de otras, y que 
todas sucedan como si hubieras nacido de madres diferentes.

Esto no es más que un sueño. Al principio, no teníamos 
idioma, y a pesar de ello tuvimos que aprender la lengua. 
No teníamos religión y, en realidad, no teníamos casi nada.
Una vez te dije que algún día “necesitarás de esa fabulosa 
inconsistencia” que te ofrecía en su momento. Eso sigue 
en pie. De todos modos, tenemos la impresión de que, 
a fuerza de hacerlo juntos, fuimos tallándonos a nosotros 
mismos. No siempre eso funciona, porque se corre el riesgo 
de pertenecer a una banda sonora demasiado monocorde 
que ni el mismo John Cage se animaría a escribirla. 
Es así y nadie puede hacer nada. Otros se habrían puesto 
tristes al ver el desenlace de estas acciones, aunque 
habrá que aceptar la situación tal como está. Me decía: 
“Ahora no es mi turno, pero tal vez mañana...”. Sabés 
de sobra que la gente adora tus ideas, pero ejecutadas 
por otros. Ahora vienen a buscarlas directamente de quien 
las creó y, sin embargo, ya no son tuyas, nunca lo fueron.
 
 
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 (Fuente: El Poeta Ocasional)

 
                                              



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