sábado, 23 de julio de 2022

Carlos Henrickson V. (Chile, 1974)

 


LA CONDICIÓN HUMANA 

 

Hay calor y ganas en este baile:
todo debe dirigirse adonde debe terminar
de hacerse polvo, ceniza, ropa cerrada,
rostro cubierto -la cautela de rigor mientras se enciende-
 
desde superficie a hueso la tapadera gris.
 Debajo con cautela una naturaleza de manos toscas
recoge el fuego, a palabrazos echa lejos
pequeñas alimañas, subversiones de pelo
 
y patas, el invierno allá abajo amenaza
el paso de pájaro de la primavera. 
Afuera nubes. Ya dejó de llover.
Escapar a otro planeta es opción,
 
porque acá el hielo, la mala enseñanza,
todo el horror del mundo, todo
a pedazos, la piel, los ojos. 
Si no fuera un sueño, imagina
 
heridos los brazos abiertos porque
no cuidaste el objeto preciso
de la felicidad. Tu vida se va en eso
inútilmente. Flores en el velador.
 
Las bellas palabras del consuelo
y el refinado dolor de los cantantes
líricos, comparsas de alta categoría
en las esquinas. Quién construyó 
 
las siete letras de la palabra sublime,
las cuatro de amor, las siete
de nobleza en medio de la piedra
y el éxtasis: ¿es que dioses en medio
 
del mundo, enanos y gigantes?
Abajo esos siervos y las manos
manchadas. Un mundo cerrado
en que aplaudes contra un muro,
 
y veinte cuadras arriba no hay ni humo,
veinte cuadras arriba el café
es de verdad, se hacen cosas
en serio, no como la borrachera,
el vicio y la droga en los patios
-hay euforias y euforias. La calle
húmeda del primer rocío,
la música, el mejor rock’n’roll.
Y pides ayuda para zafarte de esto,
intoxica esto extraño en medio
del recuerdo, un agujero
para muertos en la superficie de la memoria:
 
esa noche del baile, esa vergüenza,
los aplausos, ¡hay que viajar, sacarse
esto de adentro! Existen lugares
de ensueño, está la persona
 
exacta, esa única, está la guitarra
que no deja de dar vueltas
en torno a la misma frase
y el viento frío porque ya atardece,
 
ya va a oscurecer. Pero qué le haces,
todos enloquecidos: la naturaleza
que apilaba los troncos, pulmones llenos,
un soplo, tan sólo ese soplo, y se acaba
 
la noche que ya habría pasado,
y te llega la mañana sobre los ojos,
y te quema toda posibilidad de ver
-hay animales que viven así-
 
y no les molesta bajo la tierra
respirar de raíz el suelo que se enciende
al soplo y llamea -tuyo nada,
todo de todos en el incendio-
 
se repite la música, laten
las sienes, irritadas las pupilas,
las manos como antorchas.
Invisibles las figuras, sin contornos.
 
Sólo al nombrar las cosas y los seres,
muerto el ayer: todas las razones,
toda la evidencia para olvidar
de una vez a todo fantasma.
 
Marchan por millares más allá
de la tapadera gris: amenazan
a cadenazos, te dijeron que no volvieras
la vista, que no rozaras pliegue
 
contra pliegue, que callados
en el pasillo, cabeza abajo.
Año tras año el mismo abrazo.
Nadie merece tal hastío, tal asco
 
en la repetición. Encima, hará calor
mientras el olor a café, todo cerrado
y afuera nieva, y los parlantes
con poesía barata y travestida.
 
Se quema el corazón de tan bien
y elegantemente que el mozo
trae la taza, se quema el corazón
tal calidad y tal aseo. Debe venir,
 
y pronto, la emoción suprema,
¡caballos y polvo en los ojos, el viento
libre! Piedra sobre piedra los edificios
y todo el verde en torno -los trizados
párpados de vuelta al ver, en secreto
reviven, aunque hayan dicho
que se los llevaron. Gotean rojos
aún el camino, el agua se atormenta,
no se ha consumado daño alguno.
 
No buscan cosas que no existen
-no se irritan. No se queden aquí,
vayan a dejar aquello que está encargado.
 
Sientan en el cuerpo esta salud, pasen
al jardín, tomen en sus manos
y vean estas nuevas ropas.
 
 
 

DESPEDIDA 
 

¿A quién vio la más bella cuando
me vio? ¿Cuál de todos los fantasmas
de mi casa muerta se le dio esa noche
de baile y licores, mientras toda la ciudad
dormía como animal en invierno bajo
nuestros pies? Ah quisiera ser uno,
hoy, uno solo, que no se pudiera ella equivocar
de ojos cuando encuentre mis ojos, de manos
al dar la breve mano; que dos sólo estuviéramos
en esas estaciones azarosas, y no este montón
de restos de otros, esta multiplicidad ridícula.
Más las condenas son condenas:
el peso de mi casa muerta rompe
el puente débil del matiz que, esfumado,
dibujan las horas luminosas.
Fácil, tan fácil ser el ligero vagabundo
de siempre: que todo vuele, y al diablo el pasado.
Pero me ha caído tu relámpago, y de tan suave
mano que fue imposible esperar o prevenir:
los climas son tibios, ni siquiera llueve ahora.
Ni el rock, ni la quieta deriva del alcohol,
van a liberarme.
Regalo bello y doloroso éste, el de este trueno:
quizá tan sólo el silencio sea la retribución
única. O hacerse el de este espejo,
frío, vertical. O quizás elegir el hermoso bar
que conoces, la barra respirando un beso,
el tiempo que no quiere abandonarlo
a uno, este rostro maniático a la hora de dormir.
Trivial, dirás, hermosa, con tu boca sonriendo.
La clásica pena del que ha quedado solo,
porque no supo subirse al carro de la historia,
porque quedó preso de enigmas que es inútil
escarbar, porque le buscó
la quinta pata al gato de la vida.
Es que tú misma no has visto, no puedes ver,
el hermoso y terrible vacío de tus ojos.
En fin, probablemente no viste a nadie.
Yo mismo estaba en otro lado. Los dos,
como siempre, nos equivocamos de lugar:
tan sólo las seis letras de nuestros nombres
estaban, y eran otras voces quienes
pronunciaban esas viejas maldiciones
de dos sílabas. En el fondo nunca, nunca
dijimos nada. Fuimos más inteligentes.
Nos envidiarán hacia atrás, en el recuerdo,
cuando el silencio sea la única ley;
por adelantados al tiempo, por la sonrisa callada,
porque ya triunfamos sobre esta edad final.
Ahora sabemos que vamos a morir.
Es hora de irse a reposar la cabeza.
No hay nada que escribir, nada que plasmar
en telas. Hagamos el trabajo como el jornalero.
Acabemos con esta impostura.
 
 
 

CASI UN HOMENAJE 
 

He vuelto a ver a la mujer más bella
de la ciudad. Hacía tanto, tanto tiempo
que se me calmó el alma, y ahora
esta quietud no me deja tranquilo.
Ah, el fulgor, que tan sólo yo he visto,
y que el resto de almas simples de ese bar
de segunda ni siquiera sospecha;
bajo esa ropa vulgar, ese rostro cansado;
repentino, esplendente, este fulgor. Y bien,
¿qué hacer sobre esto?
Las apuestas no corresponden
a esta categoría de luz hiriente.
Puede que sea un monstruo de egoísmo,
o que su frialdad pueda matar dolorosamente,
mas no eliges esta fisura en la pupila:
esa herida te elige a ti, y no hay libro
de reclamos para esta violencia.
Ni siquiera hacerle poemas
a la más bella de la ciudad:
su mano barrería con todas los versos
de una sola pincelada.
El deslizarse de sus dedos,
su rostro nítido, más más acá de toda
palabra. Quizá, y sólo quizá, dejarle
este papel pauteado como quien espera
el juicio seco y artístico de una colega.
Porque es así el oficio:
siempre la poesía es la envidia
al destructivo y fugaz rayo de las
tormentas. ¡Ay, este relámpago!
¡En el iris, en el seso, en la carne,
este relámpago! 
 
 
 

SALÓN DE BAILE 
 

En torno a la más bella de la ciudad,
el mundo entero oscurece: la brumosa
figura de los danzantes se precipita
como un abismo que a sí mismo
se encuentra, hediendo a humo
y al sudor y la pena infinita de los condenados.
Mas el anguloso dibujo de su rostro
no reconoce el extravío mecánico
del tiempo, los sólidos seres en su rueda
final. Este salón de baile sería igual
a sí mismo -todos los días, todas
las horas, la tediosa bailanta se repite:
mas hoy otra es la noche que lo cubre.
La noche que no es. Cumple esta sombra
su destino final sin obedecer el debido
paso: verse ciega y precipitada hacia su propia
negrura. Sólo ella, hermosa, es la Noche
-la que se incendia, permanece y es-;
ella.el Día que no sabe de horas.
El tiempo no responde al idioma
de sus labios finos, los ojos fascinados.
Ahora, esta mañana, le he pedido al mundo
la embriaguez del exceso: su concreto afán
de plásticos y losa.
Y sobrio y sin reposo me ha obligado
a tenerla delante. Aparecerse así, claro,
es un daño. Un golpe de trueno.
Y a mí mismo me cargo en las espaldas
-así ni siquiera se puede dormir,
ni siquiera la banalidad del deber
o la estúpida alegría de los danzantes,
ni siquiera, ni siquiera la letra,
dibujito deforme.
 
 
 

POÉTICA BAJO FUEGO 
 

Y claro, a mí y a mis amigos se nos hizo
costumbre. Tanto tiempo con el acero enfrente
-el noble acero de la patria- en esas épocas
revueltas, no sale gratis; todo hay que pagarlo
en esta vida. En fin, el más puro placer estético,
y el más insano de todos. Después, a la hora
en que las cosas se hacen reales, la hora
de los alambres de púas y el gas mostaza,
los que tomamos en las manos las armas
más difíciles debimos pasar por esa emoción
radical y enfermiza, la cerrada noche
reventando en las orejas, el suelo
abriéndose bajo los pies. Im Westen
nichts Neues. Este poema, claro, es un pastiche.
El país no vive en guerra: hace tiempo
que la gente se tapa los oídos cuando
escucha la palabra. La escritura fue la que
se hizo reportes de guerra; no vas a andar
escribiendo el aroma de las colinas
en la primavera, el rojo grequizante
del cielo imposible de estos tiempos, aunque
eso también se viva y con la mayor
de las pasiones. Los reportes
se hacen cada día más cortos, en épocas de paz
los informantes del frente están en extinción.
Nada, nada pasa en Chile. No hay guerra.
Vivimos en la victoria, cantamos toda la noche,
en torno a fogatitas armadas
con papel impreso.
 
 
 
πre
OBRA: Ardiendo(1991)
Y Sí Vieras La Mañana(1998),
Aviso Desde Lota(1998),
En Tiempos Como Éstos(2002).
Old Blues Songbook(2007)
RÍOS√2022
 
 
(Fuente: Marcelo Sepúlveda Ríos)

 

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