sábado, 1 de enero de 2022

Romilio Ribero (Córdoba, 1933 - 1974)

 

RELATO DEL PRÓDIGO
 
 

Encuentro que ya nada puede justificar este
destierro.
Tengo que rescatar, no por perdón ni orgullo
aquellas lejanías, donde la luz disputa su límite
mortal a mi memoria.
 
Ahora estoy sin defensa entre estos muros.
Es inútil cantar, no lejano de mí, sin bandera ni
signo.
 
Todo está sin historia.
A quién debo llamar, en circulares noches
extrañísimas,
por tan triste ciudad, ya condenado a padecer sus
días.
 
Encuentro que es inútil danzar, desnudarse, insultar,
guardarse en ataúdes con tempranas coronas,
inundar de silencio, de infernales lamentos a la
sangre,
amarse a uno mismo entre espejos, tinieblas,
pavorosos otoños con pálidos jardines,
buscar la compañía de los pájaros en las plazas,
consolarse con un libro de poesías,
escribir las epístolas de la soledad a su mortal
oscuro,
relatar esas noches que transcurren entre ruidos de
trenes y de mares
cerca de la ciudad, donde todos están completamente
llenos de misterio.
 
Debo acaso esperar una muerte con mortaja de
carteles,
con números, con rituales señores,
sin aquel calendario de las lluvias, sin el viejo
sagrario,
sin el fuego que extingue sobre las playas su señal
primera?
 
Encuentro que ya nada puede justificar este
destierro!
 
Cerca del sur,
hay un país de jóvenes perfumes, que aún guarda
entre sus vientos mi llamado,
una tierra que gobiernan las estaciones con sus
magias
y los frutos crecen con sus ritos de celestes veranos;
espléndida de luz, penetrada de cielo,
en la cual el corazón cavaba su música;
una tierra sin luchas ni derrotas, llena de
inacabables lámparas, de hundimientos,
de nieblas, de galopes.
 
¡Golondrinas, palomas, espigas,
linares terrestres donde Dios derramaba su mirada:
Días inmortales de precipitadas campanas y sitiados
aromas!
 
(Aún sigo con mi horror a las ánimas y a las
consagraciones.
Escucho entre el asedio de los hambres, entre las
muertes diarias,
el sapiente tocar de los cencerros y el viento
desgarrado de álamos.)
 
En algunas tardes de este oscuro y cruel Buenos
Aires,
alargo mi mano a las lejanías y siento maderas
silvestres, enlutadas aguas,
tiempos con sus caudales de luz, cuerpos de otros
seres que tocaron mi rostro,
que huyen hacia regiones de guirnaldas, de
arboledas sin fin.
 
Encuentro que ya nada puede justificar este
destierro.
Se hace noche y día sobre esa tierra de nardos
victoriosos,
alucinado y hondo país de amapolas, de pájaros,
con sus muertos que abisman mi memoria en tan
remoto fuego.
 
Aún sigo como el pródigo perdido que ha grabado
su nombre en las arenas
y piensa regresar un día, con sus labios nocturnos
en el viento.



(Fuente: Eugenia Cabral)

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