sábado, 28 de agosto de 2021

Enrique Falcón (Valencia España, 1968)

 

 

LOS SERES INTOCABLES

 

 

 

Jorge Semprún leía a Paul Valèry en el campo de

concentración de Buchenwald

 

(y era en las letrinas

donde él y sus compañeros recitaban

también a Heine, juntos a coro,

cuando en los domingos santos de las letrinas

los hombres eran siempre menos vigilados)

 

 

En el mayor campo de concentración para mujeres en

territorio alemán, Vlasta Kladivova recopilaba

poemas y poemas

 

(que su amiga Vera ilustraba,

antes de guardarlos bajo su litera,

con tinta de colores sustraída

de los barracones de los oficiales)

 

 

En el campo Uno de Gusen, entre descanso y descanso,

el poeta Jean Cayrol escribía su Canto a la esperanza

sobre una tabla de madera a modo de mesa

 

(lázaro

recuperado a la vida

por la acción de Johann Gruber, aquel sacerdote

con identificación 43.050

que sería después torturado,

durante tres días seguidos,

antes de morir en manos de las SS)

 

 

Primo Levi recitaba el Canto de Ulises según Dante

acompañando a su amigo en la fila de la sopa

 

(y Jean Samuel

se preguntaba por qué en el Lager de Auschwitz

había interrumpido

—precisamente—

aquel pasaje del Infierno)

 

 

Jozef Czapski impartía conferencias sobre Proust en

los refectorios del campo de prisioneros de Griazowietz

 

(esas horas felices

que, según él,

aliviaban la herida colectiva

tras la matanza en el bosque de Katýn)

 

 

En los diversos kommandos asociados al campo de

Mauthausen, el catalán Joaquín Amat escribía sus

poemas en papel de sacos de cemento

 

(él los escondía,

durante largas temporadas,

en los almacenes

y también bajo sus ropas)

 

 

Tatiana Gnedich repasaba de cabeza, en la oscuridad

del presidio, aquellos miles de versos de Byron, que

ella se sabía de memoria

 

(su carcelero quedó conmovido

tras escucharla recitar esos poemas vertidos al ruso,

y retrasó en dos años su traslado

a un gulag de Siberia,

donde habría de pasar 124 meses

perfeccionando aún más,

y siempre de cabeza,

su traducción del Don Juan,

texto que dictaría —una vez libre—

después de haberse quedado

literalmente ciega.)

 

Tengámoslo presente (nosotros,

que aún no escribimos en un campo de concentración):

 

En las letrinas

En las literas

En las mesas de tabla

En las paradas de sopa

En los comedores

En los sacos sustraídos de los almacenes

En la garita desde donde os aguarda

la impaciencia de cada vigilante:

 

seres intocables, palabras y versos.

 

 

 


En: Trilogía de las sombras

 

               Huerga y Fierro editores

 

              (Fuente: Papeles de Pablo Müller)

 

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