Una vez más caemos a la muerte
sin término;
pero este hombre tan alto,
tan potente, tan duro,
que parecía hecho de sustancias
de roble,
cayó hace muchos días bajo
el filo salvaje del hachazo cobarde
que le talo a su hijo.
Ahora ya las cosas son sin remedio.
Se condena a los reos comunistas
para siempre al infierno.
¡Y el cielo está de par en par
abierto para sus asesinos!
No es justo, es imposible,
no lo acepto.
No puede ser.
No es bueno que los hombres
de abrazo libre
y corazón fraterno sean proscritos
de la tierra madre por concebir
el aire y la estatura sin ajustarse
al último decreto del que reparte
el pan discriminado.
Ahora estoy llorando hasta
la sombra
volviéndome a los puntos cardinales
preguntando a los cielos y a la tierra
la razón de esta sinrazón horrenda
de que esta voz que embalsamaba
el aire con su recia ternura haya tenido que salir a buscar
lejos de Chile
la almohada de su muerte.
Mis hermanos duermen.
Son la pena
dentro de la càrcel.
Mis hermanos duermen.
Su conciencia
cesa de enrostrar delitos.
Mis hermanos duermen.
Los legisladores
establecen leyes.
Mis hermanos duermen.
Sólo un centinela
atrapado en su torre.
Mis hermanos duermen.
En sueños se evaden
saltando los muros.
Mis hermanos duermen.
No queda uno solo
en la cárcel.
Habría que haber puesto
orden a tiempo,
haber trazado
las lineas divisorias,
las enérgicas
alambradas de púa.
Me decían
que era posible
que me arrepintiera
de que la casa echara sombra,
de que el árbol
produjera
sus hojas anualmente,
que era posible
que me arrepintiera
de tener cinco dedos en la mano.
Y yo me arrepintiera
del crepúsculo,
pero el crepúsculo era,
Y yo me arrepintiera de la casa ;
pero la casa era y de la mano
y de sus cinco dedos ,
y de la rueda y de la superficie
inclinada en pendiente
¡todo era !
Y sigo arrepintiéndome
del mar y las montañas,
de los árboles,
y del ladrido concertado
y múltiple
de los perros heridos por la luna
que ahí están
¡ y me muerden !
Me desconocen los que fueron mío
Soy uno que pasó. Ni aún mi nombre
ha quedado en su voz.
De su memoria ha quedado
barrido para siempre,
Más extraño que nunca,
me mantengo a distancia
del viento y la marea;
y mientras los que bullen a mi lado
corren, gritan, aúllan, gesticulan,
trepan por escaleras, se encaraman
para alcanzar el vuelo de las nubes
yo me mantengo hermético,
callado, ausente, esquivo,
extraño como nunca,
mientras la soledad irreductible
clava en mi libertad su aguda lanza.
De repente me dicen
los que saben
que yo no sé,
que yo no entiendo,
que ando
perpetuamente equivocado,
que niego
que haya rosas de cemento
en el bolsillo,
que arden
con la dureza firme
de sus pétalos,
que abren
su dura maravilla
bajo un árbol,
junto a una casucha
de madera,
tanto por la mañana
como ahora
en el atardecer de las arterias.
Tengo que confesar,
hermanos míos,
no haberlas visto nunca,
ni haber tenido ante mis ojos
una de estas rosas tan útiles,
tan duras,
tan necesarias
para la paz del alma
y sus confines,
tan imperiosas
para el horizonte
que nos aguarda
en una enredadera
que desistió de su costumbre
de anudarse a un balcón,
a una ventana
que ya debiera estar
definitivamente cerrada.
Yo no la he visto;
pero existe y siento
que me es estrictamente necesaria
Me he pasado la vida lleno
de miedo por la luz imperfecta.
No, esto no anda
y menos se remonta.
Los que han presenciado
mis intentos de marcha,
me alientan a que siga.
Y algunos, unos pocos me han visto
haciendo esfuerzos con las alas,
me dicen que eso es vuelo
que, hendiendo las nubes,
alcanza las estrellas.
Pero yo no les creo.
Me quedo en esta duda:me propongo ensayar otra vez
y, a mi juicio, o a mi mal juicio,
que eso es punto dudoso,
no resulta el intento.
La palabra no prende.
La lámpara no inunda
de resplandor el sueño.
El cielo permanece infranqueable
para mi corta brisa.
En el silencio, es cierto,
la palabra exacta,
la palabra está llena
de resplandores mágicos;
algo como un ritmo inédito
que me mece entre sus brazos,
los querubines surcan los cielos
infranqueables;
el alba está más pura que el rocío
recién editado.
Pero ocurre solo en el silencio.
Cuando hablo, caigo a la tierra.
Una palabra y otra palabra
me dicen: "Cántame" y yo las canto;
una palabra y otra palabra
me dicen: "Lárgarme" y yo las largo;
una palabra y otra palabra
me dicen: "Túmbame"y yo las tumbo;
una palabra y otra palabra
me dicen: "Rezame" y yo las rezo;
una palabra y otra palabra
me dicen: "Cántaro" y yo las quiebro;
una palabra y otra palabra…
Cruzan las sílabas por mis ojos;
cruzan las sílabas por mis manos;
cruzan las sílabas por mis dientes;
cruzan las sílabas las palabras.
Y así me pasó días de días
en este juego sin reticencia,
en ese juego sin consistencia,
en este juego sin más violencia,
que la del trébol, la de la arena:
soplan los vientos y el polvo vuela,
Una palabra y otra palabra
me dicen: "Lábrame" y yo las labró,
me dicen: "Sóplame" y yo las soplo.
A un lado, apegado a la tapia
vecina, en el patio de mi casa,
se alza un viejo nogal,
un nogal seco.
Yo lo recuerdo con su garbo mozo:
era el nogal acogedor: sus hojas
refrescaron las horas del verano
y, al llegar la frondosa primavera,
los pájaros, alegres, le contaban
su alegría, la luz de la esperanza
y hasta hacían nido de amor
entre las ramas.
Estaba el nogal siempre cada día,
sabedor de su ilustre ministerio
y sonreía cadenciosamente,
cada vez que algún pájaro posaba
con su pájara,
y hacían un amor de ala y gorjeo.
Ahora está el nogal trágicamente seco:
su tronco, recio tronco resistente
se mantiene inflexible soportando
los fieros ventarrones del invierno
la gran temperatura del verano
y, no obstante su trágica finura,
sus ramas retorcidas hechas muerte
aún los pájaros se le aproximan,
lo saludan con vuelos circulares
y cantan a la vida que no ha muerto,
que no puede morir.
Fueron siete años o setenta . Ignoro
si fueron más: si fueron setecientos
o setecientos mil millones de años.
Los viví y los Mori todos los días,
varias veces al día y a la hora,
de suerte que no sé, que ignoro
el número
por el que habrían de multiplicarse
las muertes que morí
conscientemente;
los viví recordando y olvidando
y regresando al puerto del recuerdo
en silencio no más, sin una súplica,
sin una sola lágrima visible
que trasladará el corazón al río,
el aire al río, la esperanza al río.
Y cuando estaba decidido todo
y el retorno en verdad y sentimiento
estaba prohibido por los árboles,
y por la ley, y por el calendario,
regresas como ahora has regresado,
y me desvelas y me soliviantas
y me quiebras los ojos y las manos
me invades y me trepas,
me preguntas, qué fue del corazón en tantos años, qué fue del mar
que contemplamos juntos,
que fue del río que fluía; y abres
un poco, levemente, con prudencia,
el rincón ignorado de la luna
que solo han visto los aventureros
que la vuelan en torno cada cierto
número de millones de años.
Todo está como al principio
de los tiempos y por dentro del mar
que estaba quieto empieza una inquietud de maremoto
que podría arrasar playas y puertos, ciudades tierras adentro,
defendidas por el acero
y concreto armado.
Y yo quisiera lo que ya no quiero
querer y, sin embargo, canto
y lloro porque pasaste tú.
*lv
OBRA: No Se Ha Extinguido El Sol(1991)
(Fuente: Marcelo Sepúlveda Ríos)