miércoles, 24 de febrero de 2021

Eugenio Montejo (Venezuela, 1938 - España, 2008)

 

 

Las cigarras


De la cigarra, animal melancólico,
insecto de líricos hábitos,
sólo nos queda la ceniza
y anillos secos en los árboles.
Mas de su canto entre los bosques
cuando está marzo en las acacias
y el flamboyán, el árbol fénix, se abre
entre los patios,
la persistencia nos envuelve
y derivamos con sus gritos
por los más altos aires.

A esta vuelta del año
alguna hora entre las otras
traerá el rumor, el coro denso
que crece hasta llegar a las ciudades.
Después el día se enciende
y las mujeres flotan
en el sonido interminable…

No todo lo que amamos, si ellas cantan,
se aleja de las manos.
Aún marzo las acerca, aún confiamos
que las oiremos en los aires.
Sería terrible morir en una tierra
donde no vuelvan las cigarras.




Vida


Cuanto me das con una de tus manos,
con otra me lo arrancas.
Cuanto me das del día lo vuelves noche,
llenas, vacías mis ojos,
borras las calles donde paso,
los portales en donde toco.

Te pareces a las nubes pero las cambias
para que nadie te conozca.

Te pareces al rumor del Orinoco.

Vida te llaman moviéndose los árboles
hasta que huyes llevándote las hojas.





La casa


En la mujer, en lo profundo de su cuerpo
se construye la casa,
entre murmullos y silencios.
Hay que acarrear sombras de piedras,
leves andamios,
imitar a las aves.

Especialmente cuando duerme
y en el sueño sonríe
–nivelar hacia el fondo,
no despertarla,
seguir el declive de sus formas,
los movimientos de sus manos.

Sobre las dunas que cubren su sueño
en convulso paisaje,
hay que elevar las altas paredes,
fundar contra la lluvia, contra el viento,
años y años.

Un ademán a veces fija un muro,
de algún susurro nace una ventana,
desmontamos errantes a la puerta
y atamos al caballo.

Adentro de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa servida con las palabras limpias
para vivir, tal vez para morir,
ya no sabemos
porque al entrar nunca se sale.

 

 

(Fuente: Contracorrientes)


 

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