dos poemas
Cuando
yo muera amado mío no cantes para mí canciones tristes, olvida
falsedades del pasado, recuerda que fueran solo sueños que tuviste. Hubo
un palacio de quimeras en mi rostro. Eso fui Mi epitafio
preferido sería que mañana, cuando la tierra cubra ese cuerpo dolorido
que es el mío, tú anduvieras desangrándote por calles y plazuelas,
diciendo mi nombre, no en voz baja, que se apaga tan sólo con el ruido
de los pasos, no con palabras encendidas, ya dijimos que se venden, no
con ojos enrojecidos por las lágrimas, que quizá no serían para mí.
~
Dicen
que con frecuencia se traslada uno en sueños. Solitario piensas o
vuelas. De entre luz y sombras no se regresa jamás. Aquí crece la flor
azul de Novalis. Ave de suaves alas, si la rozas, morirás. No hay
claridad. Cierra tus ojos si aún tienes ojos: no hay bosques. Entre luz y
sombra irreal parece la sombra de los vivos, ave que nunca fuiste, ¿por
qué franqueaste el umbral? Herida, en las quietas aguas del estanque un
temblor vivo reflejas. En el jardín oscuro se estremecen de dolor los
amelos azules. No vuela en banda el zorzal. Qué llamada empujó tu
cadenciosa marcha, qué voces falsamente guiaron tu vuelo. En roja llama
incendió tus alas el sangriento atardecer. Y erraste el vuelo: ¿fue por
mirar acaso un pálido y frío rostro los cristales? Callada surge la
noche. Azul es la locura del fondo de un ojo vacío. Está lejos el mar.
La muerte llora en las esquinas de vestida de hojalata. Por qué en pleno
vuelo detuviste tu mirar.
(Fuente: La comparecencia infinita)
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