jueves, 28 de diciembre de 2023

Carlos López Degregori (Perú, 1952)

 

22. Voces: Cegueras |


Cegueras

1.

Un joven ciego en la esquina. Alargado como un látigo de porcelana porque es albino. Lleva un pequeño vaso rojo de plástico y me pregunto si sentirá su color. ¿Qué es el rojo? ¿Será como el gusto de la sangre que alguna vez probó en una herida de su dedo o como el olor de un sexo distante? Un ciego como Tiresias en este punto de las adivinaciones, de las transformaciones, de calles deshechas, hirientes. Se protege con un gran sombrero y tiene las pestañas largas y blancas. Se balancea con las vibraciones de su bastón de metal, con el tintineo de alguna moneda que le deja un conductor que regresa cansado a su casa.

2.

Clarividente andrógino, albino. Tiresias eres un funambulista en esta cuerda tensa que va de las plegarias a las profecías. Un joven atraviesa el bosque y ve a dos serpientes apareándose. Siente que necesita separarlas. Mata con su cayado a la hembra y deciden los dioses que se vuelva mujer. Vive como ramera siete años que es el número de la creación. Cierto día del octavo año, la muchacha torna al bosque y ve a las mismas serpientes. Piensa que si mata al macho volverá a su estado original. Así ocurre: es la ley de la androginia divina. Un cuerpo circular que se escinde y se busca hasta el fin de los tiempos. Pero, ¿por qué encontraste serpientes que son seres inferiores? Criaturas indignas, demonios que cambian de fuego como los ojos.

Ser dos: Vidente e In-vidente. Devenir en otro y retornar almado al soplo originario, al uno albino. Basta mi voluntad para que una serpiente se convierta en un bastón de ciego.

3.

El ciego exhibe su piel sucia de alabastro, las ranuras de sus ojos ausentes. Casi no tiene mentón. Los labios finos dejan ver unos dientes amarillos y enormes como los de una esfinge. El ciego nunca ha respondido los acertijos de una esfinge, pero conoce el futuro desde su blancura. Su bastón metálico le transmite vibraciones, le sirve de vara de equilibrio para atravesar la cuerda tendida sobre un desfiladero. Un día Tiresias se ocultó en la espesura con el demonio de la concupiscencia y descubrió a Atenea bañándose desnuda en una fuente. Desgarrar la carne, entrever una partícula de tiempo. La diosa decidió castigarlo y lo cegó: como una retribución, le ofreció el don de la profecía.

El ciego regresa a su casa. Vive con una madre anciana que no es albina y con dos perros que siempre salen a recibirlo. Duerme con ellos y en el sueño se calientan y rascan.

4.

La primera profecía de Tiresias. La azulada Liríope le consultó al adivino si su hijo Narciso llegaría a ver los años de una avanzada vejez. Así será, respondió, solo si no se conoce a sí mismo. Hermoso y soberbio llegó a los quince años. Todos lo deseaban, pero él no permitía que ningún joven ni muchacha lo tocará, los rechazaba con violencia. Un día mientras cazaba ciervos lo vio Eco, la ninfa habladora, la que solo puede repetir lo que otro ha dicho antes. Eco empezó a seguirlo. ¿Hay alguien?, preguntó Narciso. Alguien, respondió la ninfa. Ven, gritó con voz potente, ¿Por qué huyes de mí? Acércate, reunámonos. Narciso huyó gritando: Quita tus manos, no intentes abrazarme, antes moriría que entregarme a ti. Despreciada se refugió en los bosques y cavernas solitarias. Se consumió hasta volverse voz y aún repite lo que dicen los otros. Horas después Narciso se acercó a un estanque sin barro, plateado y oval, al que nunca habían llegado pastores ni animales. Se inclinó para beber y quedó atrapado en el espejismo que era él mismo.

Ojos narcisos, impostores, falsarios, faltantes. Te descubres y cesa el mundo. Mirarte solo a ti es una forma evolucionada de ceguera. Nada más te será revelado. La piel albina del ciego es mi estanque y bosque.

5.

Un intervalo oscuro entre dos antorchas, dos tiempos, dos paisajes. La serpiente es dos y engulle un ojo.

Hay cegueras amarillas como la de Borges que presentía el contorno fosforescente de María Kodama. Hay cegueras accidentales. Otras merecidas o buscadas. Algunas evangélicas que solo esperan la saliva milagrosa de Cristo. Hay cegueras de largos hexámetros como la del cíclope que es nadie. Hay niños que ciegan pajarillos y los sueltan en una habitación. Sábato lo hacía y así se pulió para escribir su “informe sobre ciegos”. Te amaría, Alejandra. Si fuera ciego, te permitiría ser mi lazarillo, mi deidad subterránea. Leí Sobre héroes y tumbas el primer año de universidad y cuando fui a Buenos Aires, años después, busqué el Parque Lezama. Me decepcionó. No era un tapiz de letras ni tu piel que alguna vez amé. Alejandra no era albina: aunque irradiaba una tonalidad subterránea. Bajo tierra está lo que no se debe ver, ni tocar: un Amor húmedo y despigmentado, de inhóspitas letras. Lo compartí con Martín, con Bruno. Hasta el incendio final.

Hay cegueras de bulbos biológicos enraizados. Un parpadeo y no distinguimos la joroba del tiempo a nuestra espalda, la habitación en la que estuvimos se torna invisible, se limpia de la contaminación de los ojos.

Cegueras tebanas.

Cegueras Tiránicas pues somos aprovechados discípulos de Tiresias.

6.

Entro en un ascensor y cierro los ojos. Extiendo la mano y toco los puntos en braille que señalan los pisos. No conozco ese lenguaje, pero busco a tientas el botón que marca sótano. Alguno será. Bajo, dicen los puntos, y cesa la suspensión, No subo. Presiono el botón en una reiteración musical que se va apaciguando. Bajo. Descender más allá del sótano, alcanzar todas las capas geológicas en busca de qué. O entregarme al mar en un batiscafo más de diez mil metros en la Fosa de las Marianas. En la sima de agua de plomo no hay ruido ni luz. Allí viven peces pequeños y monstruosos, con bocas enormes y ramificaciones fosforescentes para atraer a los otros seres de los que se alimentan.

¿Conoces al rape? La hembra es diez veces más voluminosa que el macho. Cuando se encuentran en las profundidades, el macho queda prendido a la hembra para siempre. Se vuelven un andrógino en el manto helado.

7.

Bajo y llego a Tebas, a la Fosa de las Marianas. Allí nadan los narcisos silentes, las esfinges.

8.

La ceguera es pulida como la porcelana. Frágil, pero al mismo tiempo enhiesta, punzante como un clavo que se hunde en algún vacío en el que podemos guarecernos. Un globo de afelpada oscuridad: para no ver, para que nadie nos descubra enroscados como animales recién nacidos o muy viejos. Y controlar el oído para escuchar nuestro río interior. Arenisca de ciegos corazones.

O la ceguera es torva. Hombres que caminan. En las representaciones culturales solo los varones ciegos son movedizos, las mujeres permanecen sentadas en sillas, en portales; canturrean para apaciguar sus retinas. Ceguera dinámica y ceguera inmóvil. Hijos ciegos que juegan a los ruidos y se aferran a sus perros, a sus juguetes sonoros.

Espío al ciego albino de la esquina y pienso que podría morar en el cuadro de Brueghel. Siete ciegos con las cuencas vacías que avanzan a tumbos: golpes, gritos. Son siete como los días de la semana, como el número que representa la infinidad. La ceguera que no puede acabar, que conspira con los números.
El ciego no sabe que lo observo. O quizás sí: vacila, tiembla, aguza el oído porque de alguna manera suena la mirada. El movimiento de las pupilas, el impacto de la luz, los párpados y las pestañas armadas. La ceguera no es piadosa, devuelve odio a quien osa compadecerla.

9.

Ahora vivo en Tebas, en el Canto XI de la Odisea, en Lima que se ha vuelto una ciudad de esfinges: hay formas bullentes en los charcos sucios del invierno, un sonido estridente, crujidos de huesos. Conócete a ti mismo, dice el ciego con su bastón. Acepta la ceguera y la albura en la piel, mendiga conmigo. Toma un látigo y azota, destruye toda la porcelana que existe. En alguno de los fragmentos está mi profecía para ti. Úsame como garrote. Golpea. Derrumba.


Soy un látigo de porcelana

un Ciego Albino

Mendigo en esta esquina

con el mundo

a cuestas.

_______Publicación extraída de Códice N° 1 – Año 1 – Nueva Época 2022_______


 (Fuente: POESIACODICE.COM)

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