martes, 22 de febrero de 2022

Juan José Rodinas (Ecuador, 1979)

 

No hay lenguaje para una cama donde mi hija duerme
(¿Por qué las criaturas están siempre atrapadas dentro de sí mismas?)
 
Esta “palabra”, como una lengua negra, visita la frase que la sigue
y esa frase visita la casa donde nací y esa casa
esta hecha de movimientos (no de ladrillos, ni columnas).
 
Yo he jurado sentir mi mano izquierda contra mi mano derecha (como espejos),
pero también juré que esos espejos se leerían como las líneas de la suerte,
como niños adentro de un camino ficticio. A eso le llame
país que creces en una maceta diminuta, pájaro de caramelo azul
en la luz de la lengua. Hay un aviso que señala
“Mi nombre es Juan y también puedo mirarme a los pies
sin estar triste”. Todo lo triste es lo que tuve
más lejano que nunca y vuelvo ahora desde un país perdido
a acompañarme entre bufandas sucias y latas recortadas.
 
Una impresión de tinta bajo el otoño helado, yo lo llamé mi sombra
y acompañé a mis cosas y llegué a la dureza tan próxima y esquiva
como de jarras que reciben la luz acidulada
de una pregunta hecha con fábulas de sangre, con mis dedos heridos.
 
Llego y no sé quién ha llegado. Solo me he visto habitar entre las cosas
como quien dice padre a una botella de plástico,
como quien llama hija a una lámpara rota.

 

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