domingo, 27 de febrero de 2022

Carlos Vitale (Buenos Aires, 1953)

 

 

LA PUERTA CONDENADA
 
            De niño, en el barrio, se relataba la aventura de un vecino que había sobrevivido a un naufragio flotando durante una semana sobre una puerta. Desconozco quién era e incluso si la peripecia acaeció de verdad, pero no dejo de meditar en ese hombre, azul y agua, negro y agua, asido a una puerta por la que no es posible huir.
 
 
NOTICIAS DEL IMPERIO
 
            Tras reunirse con sus asesores el emperador ordenó sofocar la rebelión que se desarrollaba en aquella lejana provincia. Noticias llegadas a la capital aseguraban que el levantamiento contaba con el apoyo de una gran potencia extranjera. En tanto se pertrechaban los ejércitos, el emperador envió a sus más sagaces emisarios para exponer a los sublevados los azarosos peligros de la libertad. Todavía no se conoce su respuesta.
 
 
MICROECONOMÍA
 
            Tiempos de crisis: sumo lo que no gano.
 
 
CAMALEÓN
 
            Sin duda, nuestra vecina de arriba tiene un amplio gusto musical. Este eclecticismo que, en otras circunstancias, podría considerarse extremadamente positivo, en realidad no lo es, ya que se limita a amoldarse a las aficiones de los sucesivos y variados novios que su indiscutible belleza le permite. Por fortuna, su repertorio es, así, muy heterogéneo y no excluye algunas épocas y autores de nuestro agrado, si bien no podemos de ninguna manera aprobar una cierta tendencia a reservar sus mejores piezas para altas horas de la noche.
           
 
PIEDRA DE TOQUE
 
            ¿Me molestó porque era verdad o porque no era verdad?
 
 
ISLA DE GRACIA
 
            Cada día, mientras desayunaba en la terraza, los veía acercarse desde la izquierda. Estaba claro que venían bordeando la playa y surgían de golpe desde atrás de las rocas que delimitaban la exigua ensenada del hotel. Sobre la derecha, un alto muro de piedra cerraba el paso. Eran jóvenes y nadie más parecía verlos: en efecto, tenía la impresión de que representaban una escena sólo para mí. Venían, pues, desde la izquierda, hasta esta última y estrecha franja de arena. No traían sandalias, bolsos ni toallas. Jamás tomaban el sol. Al principio, me preguntaba por qué se apartaban de las playas que se extendían, vastas y despejadas, más allá de las rocas. Después me percaté de que su meta era la isla de Gracia, un abrupto islote situado al alcance de la vista, aunque a varios kilómetros de distancia. Junto a la orilla, el muchacho enseñaba a nadar a la chica. Mantenía la calma: la sujetaba, reía, la incitaba a la emulación. Una y otra vez, de siete a nueve, un largo mes de agosto. Entretanto, yo hojeaba el periódico del día anterior, intercambiaba unas frases con el camarero, reflexionaba, o porfiaba en no reflexionar, me quitaba las gafas de lectura y los espiaba por encima de la barandilla, seguía sus evoluciones, pasaba el tiempo antes de dirigirme al pueblo para despachar postales o reunirme con un amigo de otros veranos: coronaban la mañana. La chica hacía progresos, desde luego nunca tendría un gran estilo, pero era voluntariosa y perseverante, a la manera de esos alumnos a quienes apreciamos más por su tesón que por su inteligencia. Al cabo de una semana, se retiraba cincuenta metros de la costa. A las dos semanas, era apenas más torpe que él. A la tercera sólo su insuficiente envergadura la privaba de superarlo con facilidad. A todas luces no querían desafiarse, ensayaban para ir a la par. El 31 de agosto, en medio de la desbandada de maletas, chillidos y bocinas, también yo concluía mis vacaciones. Vinieron, como de costumbre, en torno a las siete. Había resuelto dejar el equipaje para más tarde: no podía marcharme sin decirles, de algún modo, adiós. En menos de cinco minutos se habían puesto en línea recta con la isla, dándome la espalda. Se lanzaron al agua y comenzaron a nadar. Aún no habían avanzado ni cien metros cuando creí ver que se volvían y me saludaban. Entonces me quité las gafas y no pude más que confirmarlo: sus bañadores ondeaban en el sitio en que habían alzado el brazo, esas manchas de color no podían ser otra cosa. Se encaminaban, desnudos y animosos, hacia la isla de Gracia. Ellos y yo sabíamos que no llegarían.
 
 
BORGES Y YO
 
            La primera vez que vi a Jorge Luis Borges fue en el año 1971, en Buenos Aires. Se trataba de un homenaje a Dostoievski en el ciento cincuenta aniversario de su nacimiento. Estaban, entre otros, la escritora Marta Lynch y el embajador de la Unión Soviética. Cuando le tocó su turno, Borges empezó diciendo que a él no le interesaba Dostoievski sino Dante, de modo que hablaría de Dante. Para horror del embajador y regocijo del auditorio.
 
 
DIPLOMACIA
 
            No teníamos dónde caernos muertos. Nos habían invitado a cenar en casa de un editor y llevamos, con gran sacrificio de nuestro magro bolsillo, una botella de vino. Al verla, el editor dijo con una sonrisa: “¡Qué bien, es justamente la marca que compramos nosotros cuando no queremos gastar mucho!”
 
 
BANDA DE MOEBIUS
 
            A los 11 años comprendí que nunca sería un gran pintor. A los 14, que nunca sería un gran futbolista. A partir de entonces he estado abierto a toda clase de decepciones.
 
(Del libro: Carlos Vitale, Descortesía del suicida, Editorial Candaya,
Barcelona.)
 
 
 
Carlos Vitale (Buenos Aires, 1953) es Licenciado en Filología hispánica y Filología italiana. Ha publicado Unidad de lugarDescortesía del suicidaCuaderno de l’Escala / Quadern de l’EscalaFuera de casaEl poeta más crítico y otros poetas italianos y Duermevela. Asimismo ha traducido numerosos libros de poetas italianos y catalanes: Dino Campana (Premio de Traducción “Ultimo Novecento”, 1986), Eugenio Montale (Premio de Traducción “Ángel Crespo”, 2006), Giuseppe Ungaretti, Gerardo Vacana, Sergio Corazzini (Premio de Traducción del Ministerio Italiano de Relaciones Exteriores, 2003), Joan Vinyoli, Umberto Saba (Premio de Traducción “Val di Comino”, 2004), Antonia Pozzi, Mario Luzi, Sandro Penna, Antoni Clapés, Joan Brossa, Josep-Ramon Bach, Carles Duarte, Antònia Vicens, etc. Ha participado en festivales, lecturas y encuentros de poesía en Argentina, España, Venezuela, Armenia, Italia, Suiza, Rumania, Estonia, Grecia, Bulgaria y Francia. Sus libros han sido traducidos al francés, italiano, búlgaro, griego, catalán, armenio y estonio. En 2015 obtuvo el VI Premio José Luis Giménez-Frontín por su contribución al acercamiento entre culturas diversas. Reside en Barcelona desde 1981.
 
(Fuente: Santa rabia poetry)

 

 

 

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