lunes, 28 de febrero de 2022

Alberto Garrido Rodríguez (Cuba, 1966)

 



DOMINICANA 
 

Una isla, otra isla. Puede darte un pasaporte, identidad, otro destino. Darte una hija y otra, hermanos, madres, una hogaza. Una isla es como una mujer: te abre colinas, afluentes, bahías, la desembocadura de sus ríos, su olor único a las doce. Escribí este poema equivocadamente, imaginé un país parecido a una muchacha, y terminó siendo lo que debió ser siempre: una mujer semejante a otra isla. Si faltó un verso, ahora lo incluyo: “Quisqueya, mujer mía, si las almas tienen color, la mía tiene el tuyo” (Nota del Autor).
 
 
 
Eres como el verano
que enamora los valles de Constanza.
Así en tu vientre me sumerjo,
y me estremece el amor ojo por ojo,
lengua por lengua,
limpio como las calles de Baní,
sucio, como enemigos necesarios.
 
Eres como la noche de Santiago,
cuando sonríes se despiertan estrellas.
Como las piedras del Alcázar de Colón,
algo se esculpe entre nosotros:
Tal vez sea el futuro, o la belleza de unos hijos.
 
En tu frente leo antiquísimas historias
que el polvo de la zona colonial nos trajo.
En tus ojos hay crepúsculos e inviernos
más imponentes que los que Dios dibuja
a lo largo de todo el malecón.
En tu nariz, el familiar olor a orégano
de cada villa y pueblo.
En tu boca, veranos y canciones,
y en tu lengua, la humedad del amor,
el rayo, el trueno dulce del amor.
 
Como cae la cascada en Jimenoa,
así tu pelo cae, nocturnamente.
Qué manantiales nacen en tus trenzas,
con cuánta furia embisten a la roca
cuando me traes la sobrevida, el fuego.
 
Mujer mía, tus valles y laderas son el mundo:
todo el verdor de Puerto Plata palidece.
Playas más deleitosas que Bahía de las Águilas
se glorifican en tu vientre.
Arenas más finas hay en tus pies
tan breves como el tiempo de amar que Dios agracia.
Aguas más cálidas son las de tu lengua
que las telúricas termales de Canoa.
Tus muslos y tus senos son más firmes
que los bosques de cocos en Las Terrenas,
y en el centro del mundo,
donde ya no hay palabras,
en esa calle oscura donde yo solo entro
hay grutas más dulces que la Cueva de las Golondrinas.
 
Digo las dunas de Salinas, y digo tus caderas,
tu cuello adornado como la torre de David,
como los altos de Chavón.
Si oras, la Catedral Primada enmudece;
si lloras, los ríos que nacen del monte Duarte
ensanchan sus afluentes,
y quieren, por amar, llegar al mar.
 
Tú y tu país, ya son uno en mi sangre.
Tu patria y tú me amaron, y les canto.
No te asombre si llamo a tu país con tu nombre.
No te asombre, mujer, que te llame Quisqueya .
 
 
(Fuente: León Félix Batista)

 

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