lunes, 29 de marzo de 2021

Raúl González Tuñón (Buenos Aires, 1905 - 1974)

 

 

LLUVIA

 

 
Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la lectura tranquila corre a su lado por los canales del sueño.
 
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban:
No habían despertado todavía al amor.
No sabían nada de nosotros. De nuestro secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras de ellos, todo, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.
 
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la furia de la lluvia.
Te quiero con todos los tambores de la lluvia
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
 
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada. Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana, increíble, pero, tan real, numerosa, pero tan mía.
Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
 
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
Ambos nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú y yo seamos sombras, y todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
 
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.
 
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría.
Oh, íntima, recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.
 
 
 
 
 

JAZZ BAND
 

El hombre del pasillo se estremece al pasar por la cámara del dínamo potente en donde solo tiene entrada un muñeco azul, de ojos azules y ademanes azules.
Yo soy el hombre del pasillo.
Nuestra tristeza de hierro, nuestro silencio de hierro, nuestra alegría de hierro.
Entremos al bar, la noche está afuera, como el mar. El bar parece un puerto.
Yo vi sus luces rojas desde lejos. La noche se tendía a sus pies como un animal herido.
Allá arden las avenidas gritando letreros luminosos al espacio infinito.
La luna igual que tú, eh, apártate, porque el jazz romperá sus platillos sobre tu peluda cabeza. Córtate la melena y la vida te será más fácil. Enciende un cigarrillo rubio como esta copa de whisky dulzón que paladeo junto con la voz de la muchacha del bar.
Entra un contrabandista de licores.
Abre las piernas, descontorsiónate en el Charleston epiléptico y bullicioso, reconcíliate con la vida que una nueva alegría me ha venido a los ojos y un nuevo deseo me ha venido a las manos. Préstame tus senos, dame un montón de palabras para arrojarlas a la calle, a la noche, al mar.
Entra un jefe de avisos económicos clasificados.
Escucharás el ruido. Abre el paraguas. Este burgués ha traído su paraguas, increíble, como el viento que ronda nuestra felicidad posible. Puedo decir algo sobre la angustia. Soy feliz. Prepara el sonoro cocktail y recién mañana me hablarás de la guerra, de los obuses que caen de los astros, de la trinchera fangosa y los tanques que escupen la muerte.
Entra un miembro de la Conferencia Naval.Ahora quiero salir en un barco de hierro. Vivo en una casa de hierro. Tengo carcajadas definitivas y ojos duros, redondos y penetrantes.
El hombre que tenía alma de prestamista, corazón de catedrático, gestos de procurador, está caído contra las piedras de la calle. Me habló de Kant y le eché cocaína en su copa.
La solemnidad caída contra la calle.
Yo soy un muchacho risueño y fatalista que canta, bebe y baila y de vez en cuando descabeza una siesta recostado en la voz del saxofón.
Mi generación está perdida porque han olvidado enseñarnos el fervor.
Alégrate, sin embargo. Afuera el silencio de hierro. Los vendedores de armamentos venden champagne.
No usamos reloj.
El jazz latiendo su sonido irregular, loco, sobre la tarima, es el corazón del tiempo.



(Fuente: Hugo Toscadaray)

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