lunes, 29 de marzo de 2021

Michael Benítez Ortiz (Bogotá, Colombia, 1991)

 

 

EL POETA ES QUIEN MÁS VECES MUERE

 

I

Las palabras nunca me parecieron gastadas, manoseadas por el disco rayado de la vida. Nunca caí en sus trampas, porque no había tales. Ahora huyo de ellas cada vez que las siento cerca, tropezando a cada paso.

Cuando uno es niño y vive en la calle, piensa que tiene la casa más grande de todos sus amigos.

 

II

Un dos tres… Cuando jugábamos a las escondidas, siempre hice trampa: para que no me encontraran me ocultaba detrás de la poesía.

 

III

Era un jardín naranja donde papá me llevaba vestido de rayas rojas y blancas. Yo me mareaba en un bus que esquivaba la muerte entre las estrías del asfalto. Aún existía el arcoíris, lo miraba desde aquel viejo bus. Los días iban del chocolate con pan al dos más dos y los colores primarios que olvidé, aunque son los mismos de la bandera con que se ahorcan mis vecinos.

 

IV

De los idiomas humanos conocí algo, muy poco, con mis hermanos. El sol escupía arena, una y otra vez, sobre la antena del televisor en el techo de lata. Las caricaturas diciendo saudade saudade saudade con el acento de Pessoa o Ronaldinho. Lo mismo da.

 

V

Mis amigos salían de la tierra a jugar conmigo. Yo salía del centro de mí mismo. Los despertaban las lluvias de abril.

Amar es darle vuelta a un cucarrón que mira el cielo.

 

VI

Beto era el único niño del barrio que tenía barba; en ocasiones le lanzaba piedras a los adultos, que le gritaban cosas. Beto siempre tenía un palito en la mano y, ciertamente, era más alto que cualquiera de nosotros. Beto pedía comida en los restaurantes y luego la repartía con sus amigos. Beto observaba las nubes con memoria de pájaro.

Beto era el loco del barrio.

 

VII

Nací pobre como se nace rico: sin merecerlo. En casa se iba la luz con frecuencia; aprendí que la noche también hay que encenderla. No usaba shampoo pero el Jabón Rey hizo brillante y fuerte mi cabello.

De todo eso no me quejo, pero solo pregunto una cosa, Dios mío: ¿Por qué, además de pobre, me mandaste al mundo poeta? ¿Por qué tanta maldición al mismo tiempo?

 

VIII

Escribí tu nombre junto al mío en el sucio carro de tu papá, entre la arena del parque, en la pared de la panadería frente a tu casa, sobre un pupitre, en el vidrio sudoroso de la ruta del colegio y en la cometa más grande que jamás hubo en el barrio; hasta lo tatué en mi mano izquierda con tinta china y una aguja de coser de mamá.

Aun así nunca lo viste.

 

IX

Llevar el cielo en los bolsillos y comprar con él todos los pájaros enjaulados de la plaza de mercado. Ese era mi sueño. Las cosas tienen más valor cuando uno las roba. Así, abría uchuvas con mayor placer que quien destapa un chocolate.

 

X

Papá me permitía encender sus cigarrillos mientras revisaba el periódico en la panadería. Los rayos de sol eran jugo de naranja bailando en el aire. Me dictaba algunos números que anotaba en servilletas. Yo salía primero. Pagaba y miraba mi rostro sonriéndole a su espejo.

La mañana ardía.

 

XI

Sonaban llaves en los bolsillos de las sombras a mi lado. La noche aumentaba su radio. Se subían a mi cama. Gritaba.

Solo mamá podía sacarlas de mi cuarto, con la escoba de su amor.

 

XII

Para escribir buenos poemas es necesario durar, por lo menos, ocho días sin bañarse. Debes haber sido campeón en algún momento practicando algún deporte; ser el mejor en cualquier cosa: todas son igual de insignificantes. No es importante haberse enamorado, pero ser un poco ingenuo no está de más. Si nunca robaste monedas haciendo mandados a tus padres, no tienes agallas para la poesía.

El poema es la piedra en mi cauchera.

 

 

del libro Lo que quería decir era otra cosa

 

 

(Fuente: LowFiardentía)_____________________________________________________


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