miércoles, 13 de febrero de 2019

Andrés Ortiz Lemos (Ecuador)

Ser


Kierkegaard era pequeño, jorobado y horrible,
valía verga,
los hombres de la aldea lo miraban caminar,
con una pila de libros bajo el brazo
y decían entre sí:
¨ciertamente Soren Kierkegaard vale verga como nadie jamás la ha valido en toda Dinamarca,
lo juramos por nuestro dios y nuestra liturgia protestante,
lo juramos por la sirena del piedra en el puerto,
lo juramos por todo aquello que es justo, y noble
esa es la única verdad que conocemos
más allá de lo que nos dictan los sentidos¨.
Pero Kierkegaard y los ángeles del Señor, tramaron una cruel venganza contra el género humano,
el joven corrió a la casa de Regine Olsen,
la muchacha del culo bonito que no usaba corsé,
que tenía pelo negro y senos enormes,
a la que todos amaban,
todos,
(cada hombre nacido de mujer desde el inicio de los tiempos,
y cada hombre que verá morir el sol al final de la vida de los planetas
amaba, ama y amará, aún sin saberlo, a Regine Olsen,
porque así está escrito con piedra de zafiro en la ley de Dios),
y dejó una carta bajo su puerta,
donde le hablaba de las almas de los amantes
que forman un solo serafín bajo los millones de soles
del cielo imaginado por Swedenborg.
Y ella leyó.
Al siguiente día le dejó otra carta
donde le narraba la historia del Rey Seferith,
que consumió su vida
obsesionado
por la leyenda de una campesina rumana que luchó contra los turcos y cercenaba sus gargantas
recitándoles los versos del Corán que reprenden a quien levanta su espada contra las mujeres.
Al siguiente día regresó y dejó otra carta,
donde contaba con lujo de detalles la historia de un príncipe que cambió su reino , pieza a pieza,
por las páginas perdidas, y esparcidas por el mundo, de aquel libro
escrito por Ángeles, donde se enumeraban las ocasiones en las que su raza había sido traicionada por las aves
y las elegías cantadas en lenguas olvidadas
profetizando
el fin de cuatro de las cinco razas humanas que pueblan el orbe.
Y así continuó,
hasta completar 365 cartas,
las cuales definían un atlas completo y perfecto del movimiento de las nubes, y el dolor de las estrellas.
Por supuesto Regine Olsen se enamoró,
horriblemente,
hasta el punto que corrió hacia el filósofo
y le rogó, frente a toda la aldea,
y frente a todas las legiones de los ángeles,
y frente a los ojos invisibles de los seres que no tienen nombre,
que le permita amarlo hasta la sangre,
y el jóven, encorvó su espalda maltrecha, por un segundo
y le dijo:
No
Esa fue la venganza del gran Soren Kierkegaard
hacia el género humano.




(Fuente. El Hombre aproximativo blog)

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