No vinieron,
ni los diablos del agua vinieron.
No llegó la condena con el aire seco
ni el castigo vino más tarde
abultado en el frío
o sujeto al borde irregular
de esa frontera larga
entre la duda de atajar un acto
y la certeza de olvidarlo.
No llegó la guerra ni la rapiña,
la penitencia ni el sacrificio,
la ordalía de una identidad excomulgada
más allá del surco de su nombre.
Porque nada quiso
que esto fuera un infierno:
la casa en orden a un lado del fuego,
la mesa puesta para sobrellevar la noche,
el libro abierto en la página precisa
donde cada letra se reparte
entre el fijo eslabón y el sentido.
Nada más que un día,
otra reincidencia en la semana,
otro martes después de otro lunes,
y no vinieron,
nunca vinieron a recabar la culpa
de haber relativizado a la muerte
con partes iguales de dicha e infortunio,
de haber vivido dos veces
la misma fuga de la materia:
una con la especie
mutilada del sentimiento;
otra con el canibalismo de un dogma:
es de humanos la inconstancia,
el cambio a perpetuidad.
Y aunque cayera en desuso la fórmula
habría que solventar los extremos
con una suma de rutinas:
el itinerario de la traición
y el miedo hasta que termine.
No llegó la condena con el aire seco
ni el castigo vino más tarde
abultado en el frío
o sujeto al borde irregular
de esa frontera larga
entre la duda de atajar un acto
y la certeza de olvidarlo.
No llegó la guerra ni la rapiña,
la penitencia ni el sacrificio,
la ordalía de una identidad excomulgada
más allá del surco de su nombre.
Porque nada quiso
que esto fuera un infierno:
la casa en orden a un lado del fuego,
la mesa puesta para sobrellevar la noche,
el libro abierto en la página precisa
donde cada letra se reparte
entre el fijo eslabón y el sentido.
Nada más que un día,
otra reincidencia en la semana,
otro martes después de otro lunes,
y no vinieron,
nunca vinieron a recabar la culpa
de haber relativizado a la muerte
con partes iguales de dicha e infortunio,
de haber vivido dos veces
la misma fuga de la materia:
una con la especie
mutilada del sentimiento;
otra con el canibalismo de un dogma:
es de humanos la inconstancia,
el cambio a perpetuidad.
Y aunque cayera en desuso la fórmula
habría que solventar los extremos
con una suma de rutinas:
el itinerario de la traición
y el miedo hasta que termine.
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