Balada para un
perdedor absoluto en verso relativo
La madrugada es un niño rodando colina abajo
en mi cabeza que rueda colina abajo & cielo
arriba arriba
donde se muele mi rostro de piedra sobre mi
rostro de hueso.
De hecho, no sé si pienso esto que pienso:
fracasé y soplé
y coloqué mi torso sobre una cancha de sangre
donde se acumulan los órganos del hombre que ya
no pude ser,
que no sabría. Sobre el plumaje de un búho en
el desierto,
las mujeres que no tuve, las que anhelé en la
lluvia,
recorren un hospital psiquiátrico donde
disparan
contra el laberinto vertical de mi cabeza
rapada a los 16 años.
Esta muerte donde las islas de viento soplan
sobre los carrizos de agua de mi rostro quemado
es un pasaje directo hacia los huesos. Sin
gracia, niño gris,
hombre concreto (la versión tangible de otros,
esos sí,
triunfadores y etéreos, pero también hueco,
vacío,
hambre de fondo, línea de arrastre de un
símbolo inundado,
concreto máquina poema hombre poema cicatriz).
Y nuevamente herida. Nadie que me elija me
elegirá.
Tengo el doble de años y una niña de niebla me
esconde
bajo su mano (soy quien le venda su rostro,
quien la tortura sin que ella lo sepa para así
comprenderla).
El cielo esplende como la cópula masiva de un
enjambre
de abejorros azules + la velocidad de las
células
amarradas sobre mis ojos: hay avisos de curva
que no hay.
Hoy 6 de julio de 2012, mi alma es una cabeza
rapada,
un desierto de neuronas sobre una isla de
caballos
cosidos contra una nube de seda. Mamá, ya
olvidé
cómo se escribía mi nombre. La escuelita de mi
muerte
se abrasa con demasiados rostros desconocidos,
saludos cordiales, la desesperación de un
animal
por convertirse en polvo.
(De
Anhedonia, 2013)
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