Llamada del deseoso
Deseoso es aquel que huye de su madre.
Despedirse es cultivar un rocío para
unirlo con la secularidad de la saliva.
La hondura del deseo no va por el
secuestro del fruto.
Deseoso es dejar de ver a su madre.
Es la ausencia del sucedido de un día
que se prolonga
y es la noche que esa ausencia se va
ahondando como un cuchillo.
En esa ausencia se abre una torre, en
esa torre baila un fuego hueco.
Y así se ensancha y la ausencia de la
madre es un mar en calma.
Pero el huidizo no ve el cuchillo que
le pregunta,
es de la madre, de los postigos
asegurados, de quien se huye.
Lo descendido en vieja sangre suena
vacío.
La sangre es fría cuando desciende y
cuando se esparce circulizada.
La madre es fría y está cumplida.
Si es por la muerte, su peso es doble y
ya no nos suelta.
No es por las puertas donde se asoma
nuestro abandono.
Es por un claro donde la madre sigue
marchando, pero ya no nos sigue.
Es por un claro, allí se ciega y bien
nos deja.
Ay del que no marcha esa marcha donde
la madre ya no le sigue, ay.
No es desconocerse, el conocerse sigue
furioso como en sus días,
pero el seguirlo sería quemarse dos en
un árbol,
y ella apetece mirar el árbol como una
piedra,
como una piedra con la inscripción de
ancianos juegos.
Nuestro deseo no es alcanzar o
incorporar un fruto ácido.
El deseoso es el huidizo
y de los cabezazos con nuestras madres
cae el planeta centro de mesa
y ¿de dónde huimos, si no es de
nuestras madres de quien huimos
que nunca quieren recomenzar el mismo
naipe, la misma noche de igual ijada descomunal?
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