sábado, 18 de agosto de 2018

Natalia Litvinova (Bielorrusia, 1986)


Versión de una tarde

De niña corría tras las ardillas,
quería atrapar alguna,
forzarle la boca
para conocer su aliento
a nuez roída en la penumbra.
Ayer forcé tus labios,
fue la mejor versión de una tarde:
me deslicé por tu casa,
lenta como polvo viejo
y libre como polvo nuevo.
Te apunté con los dedos
a la cabeza y dije
que si no te entregabas
te revelaría mis secretos.
La luz atravesó la ventana
como una espada
y bailé con los senos
pegados a tu camisa.
Tantos años de orinar
a la intemperie,
si me vieras, amor,
sobre las ortigas.


Impregnar

Corre el agua caliente,
me paro bajo su caudal
y espero a que la piel se enrojezca,
me gusta lastimarme así.
Llevo la mano hacia mi sexo,
la huelo, el perfume se perdió,
fue por un canal oscuro hacia la calle.
Impregnó las hojas del otoño.
Me olerán las ratas, las piedras, los gorriones
y también los niños que juegan a soltar
barcos de papel.


La espigadora

La espigadora trabaja bajo el sol
y en la oscuridad le arde la cara.
Canta a su hombre dormido,
mientras le saca las botas y el barro seco
queda en sus rodillas. Canta,
para que no se despierte, todo el día
junta espigas para una harina que no come,
lino para los vestidos que no usa.
Le saca las botas, cada noche, granos de su pelo.
Pero en secreto quiere ser una nodriza,
como Safo, para susurrar a sus compañeras
y dormir en el pajonal
entre sus cuellos perfumados
con una mano en el pecho.
(Siguiente vitalidad)


Música

Mis abuelos escuchaban otra música.
Mi abuela conocía el idioma de los animales.
Respondía a los relinchos de los caballos y al canto de las aves.
¿Qué animal es ahora que está sorda?
En la prisión nazi la torturaron con la caída
de las gotas sobre la sien.




(Fuente:  Revista El humo)

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