sábado, 25 de agosto de 2018

Hugo Padeletti (Santa Fé, 1928 - 2018)


SIETE SONETOS


A un espejo


Yo quisiera mirarte, si supiera
que se refleja mi conciencia pura
en tu brillante y mágica lisura.
Pero que otro, mirándome, me viera 


como me miro en ti, insulta mi estatura
verdadera. En tu luna no aparece.
Viejo, pesado y flojo hasta las heces
me haces sentir. ¿Me incluyo en la futura

resurrección
de la carne en espíritu trocada?
Nada
que pudieras decirme

desmiente mi escamada
desilusión. Desiste, voy a irme.



A una silla


Parada en cuatro patas sólo esperas
que la pesada mole de un enano
te cubra, con las manos
ocupadas en juegos de la muerte.

Sabes de la molicie del verano,
del otoño con hojas herrumbrosas y peras,
de avatares en rueda de la suerte.
Conoces el vacío: sostenerte

sin que nadie tremole su bandera.
En tu vieja esterilla está moldeado
el peso del destino. Sobrevives

a la abstinencia, al vino, al ajetreo
cotidiano,
a la entraña con ojos que recibes.




A una cama


Tendida para el sueño de la nada
en que el durmiente encuentra el Paraíso,
levantas tu explanada
de entregado despegue sobre el piso.

Pero sabes de noches alumbradas
por un cometa insomne de locura,
de vigilias que encubren la impostura
de la mano que palpa o la mirada.

El dolor con un sello te ha marcado
de impaciencia y de angustia: ha penetrado
la lana del colchón y las varillas
vencidas.

Puedes hablar del sueño de la vida,
de la despierta sombra de la muerte.




A una mesa


Tus patas solevantan el apoyo
a la altura debida.
No te inquieta la suerte: está servida
con vinos, ensalada, pan y pollo.

El mantel que recubre tu lustrado
es blanco sin labrado
como la mente a la que nada cura.
Te iluminan las velas sin usura

que en claroscuro un diálogo establecen.
¿Los lares y los manes no merecen
tan piadoso ritual? Estás colmada

de blanca porcelana y de cristal
y, ya de sobremesa, un comensal
da gracias por la gracia deparada.




A una lámpara


Una curva del bronce te sostiene
por encima del libro que iluminas.
Desapareces en la luz que viene
de la escritura impresa, que fascina.

¿Cuántas noches de insomnio has deparado
un ámbito de dicha peregrina
a la mente despierta que se inclina
sobre un poema o libro iluminado?

Es verde tu exterior y difumina
el foco blanco que, interior, derrama
sobre oráculo chino su esplendor.

Escrutando los signos del destino,
alrededor, en suave resplandor,
camina el que medita su hexagrama.





A una palmatoria


¿Cuántas veces subiste la escalera
de vetustos palacios
arriesgando las sombras traicioneras
del espacio?

¿Cuántas veces prendiste en la consola
de encantados espejos
el quinqué que los rasgos arrebola
con cálidos reflejos?

Ahora, retirada de ese rito,
abrillantas de bronce mesa inglesa
y enarbolas tus velas de colores.

Erguida como falo entre las flores
¿ahuyentas con tu luz la suerte aviesa
o desvelas las letras de su escrito?





A un inodoro


                      No swan so fine
                             (Marianne Moore) 

Tu forma de escultura en copa blanca
recibe los desechos de la vida
y los arroja fuera, en su salida
hacia el río o el mar. esa es su banca.

¿Qué haría sin tu aséptico equilibrio
la fétida miseria repetida
de la carne que en viandas revalida
su vida y en ti salva su ludibrio?

Recibes en ofrenda el desperdicio
que hacia lares y manes de otras vidas
se vuelca por pulido precipicio.

No ofendes la mirada. En tu belleza
funcional se exorciza el maleficio
que acecha tras la incuria y la pereza.

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