jueves, 30 de agosto de 2018

Angel Crespo (España, 1926 - 1995






Con el tiempo, contra el tiempo





La poesía es como una aguja en un pajar. Cuando el poeta, por fin, la encuentra, la esconde otra vez entre la paja.

La poesía es como un cazador que sale al monte con eu gavilán, y lo caza.

La poesía es como un campo sembrado de trigo. Llega el dueño y pregunta: ¿Qué desalmado expulsó de aquí a las langostas?

El poeta es como un cazador que tiene un arco y un rifle: lanza las flechas al aire y las persigue a balazos.

Cuando el poeta encuentra el dracma, se siente más pobre que cuando la estaba buscando.

La poesía es como un niño que juega en la playa con un cubro y una pala. Un sabio que se pasea meditando repara en él y le dice: ¿Cómo pretendes, criatura, sacar toda el agua del mar con un cubo de juguete? ¿No ves, hijo, que es imposible? Y el niño le responde: Yo no pretendo sacar el mar, sino quitarle un poco de sed a la arena. La poesía es como ese sabio, si se hubiera puesto a echar arena al mar.

La poesía es como una piedra en medio del camino. El buen poeta tropieza con ella y cae. El mal poeta nos la tira a la cabeza.

Lo discursivo puede ser poético, siempre que el discurso pague los platos rotos.

Lo evidente no hay que escribirlo.

Para ser capaz de decir algo, hay que renunciar a decirlo todo.

Algunos poetas parecen ignorar a la décima musa: la que aconseja no escribir.

Quien no se admire de hablar y que le entiendan, no lea poesía.

No escribas para el presente ni para el futuro, sino para los capaces de entender.

Lo más absurdo que puede escribirse es la biografía de un héroe.

La poesía no es la palabra en el tiempo, sino el tiempo en la palabra.

Sólo quien es capaz de soledad puede convertir el agua en vino.

Quien no sabe estar solo es incapaz de compañía. ¿Cómo podría sufrir otra compañía quien es incapaz de tolerar la propia?

La frontera del solitario no es su propia piel, sino el universo de sus intuiciones.

Antes se castraba a la gente para que su voz sonase mejor; ahora, para que no suene.

Antes de escribir, hay que aprender a no hacerlo. Los fundadores se retiraban durante años al desierto, no para meditar, sino para cumplir este aprendizaje.

El poeta grande no evita necesariamente los lugares comunes porque sabe usarlos con magnanimidad.

El exceso de sinceridad en la poesía, como en el trato, es un egoísmo y, en último término, una falta de educación.

Es una inmoralidad confundir la poesía con la moral.

No sólo son reaccionarios quienes sólo piensan en el pasado: también lo son aquellos que no piensan más que en el futuro.

Todo discurso sin zonas de oscuridad es convencional y carece de inspiración. Pero oscuridad, en este caso, no quiere decir falta de lucidez.

La poesía está hecha de lo que se dice, pero también de lo que se calla. Por eso, quien lo dice todo no es poeta. Quien lo calle todo, tampoco, pero resulta menos molesto.

La poesía flor se marchita y fenece cuando pasan sobre ella las sombras de lo profundo, de las cuevas del hombre y de las cosas. La poesía estalactita es bella en las entrañas del mundo, y cuando se la expone al sol o penetra en sus antros una luz cualquiera, resplandece y muestra su permanencia.
La poesía flor responde a la lluvia con prisas y aprisiona dentro de sí las aguas exteriores. La poesía estalactita se sirve de esas mismas aguas -una vez interiorizadas- y las deja gotear y ausentarse para quedarse sola en su cuerpo continuo, apretado, improfanable.





(Fuente:  Poesía de El Toro de Barro)




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©  Herederos de Ángel Crespo.
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