El fragmento dañado se subraya al mirar en torno
y recrearse venecianamente en la identidad de su mirada:
la diferencia de tonos por la distancia es su silencio.
El fragmento cuando está dañado no reconoce los imanes
furiosamente se encaja en la esfera que giraba
impulsada por la rueda de otro apetito, de otra penetración irreconocible.
El diálogo carnal en el dañado, la doma circular de sus palabras,
no cae en el misterio suspensivo de la otra noche flechada en el
[desembarco,
sino se desliza errante preguntando de excepción y de ruptura;
el pez relámpago no penetra en el bosque donde está adormecido.
El fragmento de apetito está tirado por el centro de la esfera, su hambre
busca el alimento que lo abarque, la investidura del ceremonial
de las estaciones donde la línea del horizonte es siempre un enemigo.
El fragmento que está dañado desconoce el sentido de su marcha
y no puede caer en la plomada de su espina central,
pues su ceguera está fría y se detiene
y carece del nacimiento de la irradiación, errantes ojos despedidos
de su centro para ser tan sólo el contorno de su chisporroteo,
pero sin que la chispa una la cabellera del agua cayendo
y por las danzas de la hoguera que caminan hacia la desmesurada silla por
[la que repta el delfín.(Fuente: Revista El Humo)
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