jueves, 26 de octubre de 2023

José Watanabe (Perú, 1945-2007)

 


LA CURA
 

El cascarón liso del huevo
sostenido en el cuenco de la mano materna
resbalada por el cuerpo del hijo, allá en el norte.
Eso vi:
            Una mujer más elemental que tú
espantando a la muerte con ritos caseros, cantando
con un huevo en la mano, sacerdotisa
más modesta no he visto.
Yo la miraba desgranar sobre su regazo
los maíces de la comida
mientras el perro callejero se disolvía en el relente del sol
lamiendo
el dolor arrojado a la tierra
         junto con el huevo del milagro.
Así era. La vida pasaba sin aspavientos
                     entre gente parca, padre y madre
que preguntaban por mi alivio. El único valor
era vivir.
Las nubes pasaban por la claraboya
y las gallinas alineaban en su vientre sus santas ovas
y mi madre esperaba
nuevamente el más fresco huevo
con un convencimiento:
                                            la vida es física.
Y con ese convencimiento frotaba el huevo contra mi cuerpo
y así podía vencer.
En ese mundo quieto y seguro fui curado para siempre.
En mí se harán todos los milagros. Eso vi,
                                            qué no habré visto.
 
 



EN EL OJO DE AGUA

 

                     Era 
un ojo de agua, una lagunilla 
de donde bebíamos 
gentes y caballos. La luz 
no entraba en el agua, la oscuridad que venía del fondo 
era más poderosa. Los niños 
nos acuclillábamos en su borde redondo 
y esperábamos 
los pobres envíos de lo insondable. 
En sus orillas había una respiración, la cadencia 
de un animal muy remoto, un dios mudo 
que desde su profundo lecho 
mantenía la vida de todos nosotros. 
Del fondo afloraban restos de algas, insectos abisales 
que nadie podía cazar, pajitas, líquenes 
pero todo era indescifrable. 
En realidad no esperábamos nada, sólo el placer 
de estar en el borde, no sabiendo nada claro, imprecisos 
y un poquito idiotas. 
 
        A los cincuenta años 
        ya sabes que ningún dios te va a hablar claramente. 
        En el viejo ojo de agua 
        esta vez tampoco hay imágenes definitivas. 
        Aquí abandona tu arrogante lucidez 
        y bebe.
 
***
 
(Fuente: Ceciia Pontorno)

 

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