domingo, 25 de octubre de 2020

Liliana Ancalao (Diadema Argentina, Comodoro Rivadavia, Chubut, Argentina, 1961)

 

 

La tarde del sábado para lavar la ropa

 
 
Entre los peones, que cayeron fusilados en las huelgas rurales de 1920 y 1921, seguramente había hombres de los pueblos originarios que cuarenta años antes habían recorrido libres los territorios del sur
 
La tarde del sábado para lavar la ropa
pedían los
peones
que ahora les llamaban así a los empobrecidos
williches pikunches ahonikenk shelknam
yagan kaweskar y kamollfunche
 
Cuarenta años después
un rato de ser wentru pedían
aunque los alambrados
 
No les dijeron no, a su pedido
siempre fueron afables
tampoco sí:
a las ventanas de brisa en el galpón cerrado
un suspiro limpio que ventile el pecho
y se lleve el olor de los corrales
lo desparrame
como el agua enjabonada
el sábado a la tarde en el patio de la estancia
 
Un respiro de aire sin
patrones
que ahora debían llamarle así
a los muy enriquecidos
no les dijeron no, los muy prolijos
hicieron venir a los milicos
 
Y no les dieron:
tiempo para lavar su cara y su cabello
que el agua corra hasta sus pies
el sábado a la tarde
para lavar sus calzoncillos la camisa
la roña de los puños la mugre del cuello
los sudores de la espalda
 
Salir del ciclo de la lana por un rato
que la parición
que cortarles los huevitos a las crías
y la señal del patrón en las orejas.
que la pelada del ojo que la esquila
que los fardos de lana trepándose hasta el techo
 
No tuvieron:
los bancos que pedían
para sentarse descansar el cuerpo
armar el círculo de la conversa
y el silencio
 
y que en los puestos esa distancia alambrada
en la inmensidad del latifundio
el hombre no esté solo condenado a estar impar
 
Eso pedían a cambio de volver
a producirles las ganancias 
 
Y los ataron como hacía cuarenta años
a sus parientes allá por el chubut
en el corral de sacamata
como a animales
los milicos obedientes de los muy enriquecidos
 
No les dijeron no, tampoco sí:
al sábado a la tarde
para volver a ser wentru por un rato
para lavarse
bancos
velas
aire
no estar solos en los puestos
no más pedían
 
Balas
les dieron los milicos obedientes
primero los pusieron paraditos
y en fila como los postes del alambre
 
A los peones que se habían atrevido
les apuntaron ahí
a la memoria
 
y fueron cayendo
las camisas con sangre
que ningún jabón refregará el sábado a la tarde
 
y vuelve a gotear el dolor
mierda
 
vuelve.


 

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