viernes, 22 de junio de 2018

Maurizio Medo (Lima, Perú, 1965)


Las Interferencias


45.
No pude conocer a Chantal Maillard.
María Ramos llegó cuando me fui
algo más lejos que los poemas
desaparecidos antes de perder
la dignidad en una trivia
improvisada con el propósito de ilustrar
los registros obrados en la nueva
poesía peruana que, en Andalucía,
provoca las mismas sospechas que
sentimos cuando el turco –alojado
en la habitación contigua- nos preguntó
si los incas comprendían el uso de ciertos
objetos aparecidos con el idioma español.
O cuando o el cordobés —quien nos invitó
a su casa—no pudo ocultar su nerviosismo
al creer que devoraríamos los cobayos
que adoptó, tal como hizo Madrid con
los caleños que encontramos en
la calle de La Ruda, perdidos como el
esplendor virreinal de Santafé.
—Sudacas decimos por aquí— me corrigió Paco
(al oír “caleños) y pensé en la reacción
originadaal creer vasco al turco.
—Si se sabe algo del Perú—agregó luego
es por el filme de Ridley Scott (adonde
nunca apareció), Google, Tripadvisor y
por algunas vaguedades mal editadas en
el especial que National Geographic
dedicó a la Argentina.
El Perú y yo nos parecemos.
Ninguno es real, como lo exige la adrenalina
de un concierto en vivo. Si se le escucha
es a través del lipsync
de lo que cantó en el siglo XVI.
Ese jueves de enero.





47.
Con todo el pasado por delante para nosotros
el tiempo dura dos veces. Por gravedad.
La de una historia que no sabe conjugar ayer
con presente, tal si alguno de estos fuera
una hespéride que existe sólo a través
de cierta oralidad.
Para adelantar al pasado los peruanos desarrollamos
una resistencia muy particular: debemos correr
una perpetua maratón hasta alcanzar el presente.
—Mañana correremos más rápido—prometemos,
mientras quedamos atrás, cada vez más atrás
y volvemos a empezar sin saber que el diálogo
de las futuras generaciones
tendría que incluir a nuestro origen
para poder saltar al infinito.





51.
A Giovanni Collazos
Collazos se sorprendió la otra noche.
“No leo poesía peruana”, advertí en Molar
y es que no creo en una patente de corso
cuyo poder transforme en patrimonio
lo que es de nadie, de acuerdo con la instructiva
de los poemas helénicos que confunden el concepto
del Destino con el dictado de la Ley.
Los griegos no hicieron más que equivocarse.
Agradéceles, sigue de largo como un atleta que cruza
la distancia sobrenatural de su infierno imaginario
hasta cerciorarse que eso nunca estuvo planeado.
Yo soy un viejo genovés.
El país donde crecí no me hablará con las manos
juntas como las madonas de Leonardo,

escribió Martín Adán.
Fue un músico sidéreo, algo improbo.
Moro un francés excomulgado.
Valdelomar un colónida.
Eguren lígrimo, de almíbar inmaculado.
Westphalen medieval.
Y yo un idiota: no me gusta hablar de poesía.
(y estresarme con los pronósticos del clima)
Si algo aprendí en Lima fue que la lluvia
sucede también como un esfuerzo último
por renovar la fe. Allá garúa.
Chispia, dicen en Piura.
Sirimiri, oí alguna vez.
En Madrid sólo llueve.
Mañana Antonio partirá
hacia el salar de Uyuni.
Bea está en Roma.
Alberto Butteri murió
en la ciudad de Turín.
¿Crees que mañana
vuelva a llover?



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