Los leones rondaban la casa
Los leones rondaban la casa.
Los leones siempre rondaron.
Siempre se dijo que los leones rondaron siempre.
Parecían salir de los paraísos y el rosal.
Los leones eran sucios y dorados.
Ellos eran muy bellos.
Los ojos como perlas. Y un broche brillante en el pecho
entre aquel pelo áureo.
Los leones entraron a la casa.
Corrimos a esconder los floreros de sal, de azúcar, el cometa
Halley, las queridísimas sábanas nevadas, la
colección
estampillas. Y a traer los sudarios.
Los leones eran al mismo tiempo, presentes e invisibles, al
mismo tiempo, visibles e invisibles.
Se oía el rumor de la leche que robaban, el clamor de la miel
y la carne que cortaban.
Llevaron hacia afuera a la abuela oscura, la que tenía una
guía de rositas alrededor del corazón.
Y la comieron fríamente. Como en un simulacro.
Y -como si hubiese sido un simulacro!- ella tornó a la
casa y dijo: -Los leones rondaron siempre. Están delante
de los paraísos y el rosal. Dijo: -Los leones están acá.
Higos
Mamá, esta tarde es nuestra. Papá estará en la labranza; tu labor es
pequeña y celeste, o tienes un plato con dulces de higo. El higo parece
un santo; mira sus vestidos color violeta y color de azúcar.
Dices: ¡Estos higos! ¡Cómo brotan! Están extraordinarios. Los llevaré a la iglesia.
– Sí. (Por ahí alguien te responde). Que los maten. Estos higos son el diablo.
Decimos que no y que no, con la cabeza. Pero, desde los higos saltan dos penes rojos, morados, diminutos. Uno para cada una.
Vienen a nosotras; nos pasan los cendales, haciendo una leve escritura
en la superficie, se van a lo hondo y allí trazan fuertes letras,
rodeadas de diabluras.
Nos cubrimos la cara con el manto, con las manos.
Locas de vergüenza y gusto.
Por unos segundos estamos encintas, luego nos ruedan gotas de néctar por las piernas y se van al suelo.
Y mañana nacen unos seres chiquititos, misteriosos, abrillantados.
Que se parecen a los higos, a mí y a mamá.
Nos vestimos de blanco para estas citas.
(Fuente: Biblioteca Ignoria)
(Fuente: Biblioteca Ignoria)
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