miércoles, 23 de mayo de 2018

Antonio Rubio Reyes (México, 1994)


La noche del centenario
 

I. Yo nací un día que Dios
estuvo borracho
recorrí entonces las vías del tren
vértebras de la ciudad entregada a mis pasos
era la noche del centenario
quien abría su boca al vértigo
orbe de una danza iluminada
tan intensamente sentí la melancolía
de los que beben con ojos cerrados
los que aquí nunca se miran el rostro
mi sombra sostiene las hormigas de mi mano
sé que ya la he perdido y en la otra aprieto
con deseo la espalda de ese hombre
y otras manos repletas de hormigas como fuego
entretuve el hastío enumerando
lugares que no existen más
cicatrices de abandonada medianoche
allí el callejón sucre allá el virginia’s
sobre todos los techos el incendio que consume a la brisa
donde hundieron mi cabeza en una bendición
durante mis primeros años
yo nacía en cada sorbo
era una noche que nunca terminaba su promesa
II. No será la calle que conozco sino una repetición
como lo es todo lugar que por desconocido
recuerda la familiaridad del primer vecindario
una sala con radio encendida
esta casa que no alcanzo a ver
sino por medio del sueño
en el suelo oigo palpitar de pasos
risas de la madrugada
una invitación a orinar en la banqueta
las horas que se antojan fuera de las horas
las horas estáticas y eléctricas
igual a un fantasma que sostiene las huellas
de los que han sorteado trampas en este sitio
escucho los gemidos de una mujer y pienso
que es complejo imaginar a los amigos en el sexo
pero en la esquina dos hombres luchan con navajas
todo está tan en silencio que la muerte ha perdido su dominio
y de las heridas no brota la sangre sino aullidos
III. Ya camino bajo las olas verdes del parque amaneciendo
abrir la puerta del hogar con una angustia
por arropar al sol luego de dormir en la calle
entre oscuridad reconozco el poema nunca escrito
mi baño reposa solemnemente y la habitación
tiene las luces encendidas como si guardara un homicidio
mis piernas albergan al parásito de la tierra que goza de mí
como no lo hiciera el hombre de la noche del centenario
e imagino el calor de esa espalda que seduje con mis dedos
el consuelo de una boca repleta de hormigas como fuego
después el desmembramiento carnal y despiadado y tierno
y las luces encendidas y el homicidio y el punto final después del verso
pero en el amor me iré quedando solo
hasta que la soledad ceda su lugar a otra forma más intensa
y naceré en la brisa
un día que Dios
esté borracho
y grave


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