domingo, 2 de junio de 2019

Tom Maver (Buenos Aires, 1985)



El Sagrado Corazón


En la sala de techos descascarados
del Hospital Israelita,
mi abuela terminaba de morir.
Cuando fueron apareciendo los síntomas,
pasaba la mayor parte del tiempo dormida
junto al cuadro inmenso
del Sagrado Corazón de Jesús,
rodeada de santitos.

En medio de la sordidez del hospital
y de ese cáncer que la postraba,
quería amparo,
ver ese corazón chorreando una luz
que sus venas aceptaran
junto a las corrientes de morfina,
y no sólo su cuerpo cansado.

Viéndola recordé cuando iba a su casa,
y con la radio prendida que pasaba
de nueve a tres de la mañana tangos y folclore,
me contaba historias de santos populares.
Y de pronto, tirada ahí, casi nunca despierta,
parecía encarnar a la Difunta Correa
secándose en el desierto sanjuanino,
siendo capaz de dar amor
incluso después de muerta,
alimentando hasta la inconciencia
a ese tumor que bebía
del Sagrado Corazón de mi abuela,
hasta quedarse dormidos los dos,
uno en brazos del otro.


(Fuente: Vallejo & Co.)

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