sábado, 1 de junio de 2019

Jorge Aulicino (Argentina, 1949)


7


Nadie mejor que el fresno imita al fresno. Repite
los dibujos su corteza. Un programa binario
los maneja. Este fresno no es idéntico al otro,
pero seguramente iguales variaciones del
dibujo podrían ser encontradas en distintos
fresnos. No pensamos en eso al mirar los fresnos.
Una hoja nada más caída al barro es un mundo
indescriptible, sobre todo en el instante en que
diversas tormentas moleculares comienzan
en la superficie al entrar en contacto con el
barro. Nadie cree que todo lo que sucede
en ese único segundo puede ser narrado.
Nada de un mísero instante puede ser narrado.
Nada, pintado. Sombras doradas las palabras
se tienden sobre el río y le dibujan cortezas
de aquel fresno, que no le rozan la superficie.
Colecciones de poemas entran y salen por
sus bocas, y por las bocas de sus poros y de
sus células. El río da que hablar, pero en la
realidad profunda donde hubo una explosión gris
que le dio nacimiento nadie entra, el río sólo
permite que hagamos las sinuosas realidades,
poemas que no nacen de él y que nos llevan a
remar en cierto cielo de pintura oriental,
como entre camalotes no sostenidos por el
agua sino por la tela blanda de la página,
con microscópicas briznas de corteza que la
amarronan en conjunto, pero son de cerca
puntos oscuros, canoas entre poros, breves
embudos del agua blanca, neutra, resultado
del litigio que hace años mantenemos con el
río pacífico pero inabordable, como
si de materia no fuera.


(De  El Río y otros poemas)

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