martes, 18 de junio de 2019

José Kozer (La Habana, Cuba, 1940)


Anagami


Salir, encontrarme entre cachivaches.
Y aquel sofá desfondado en medio de un placer
camino del trabajo el
rostro morado del frío.
No tener que despertar, deambular, entre sillas
cojas, alpargatas rosas
destrozadas, la incógnita
llaga del Destino.
Calle adelante intentar ir en línea recta de un
punto a otro según
aporía de Zenón de
Elea llegar a la mata
en flor diurna de
glicina en la casa
a mano izquierda
a tres cuadras de
la avenida (principal)
de pronto ah cuánta
intimidad con el Todo
no tener la menor
idea de donde
estoy parado.
Sé que me he detenido, en el contén de la acera
agua estancada, algo
huele feo, un charco
oleaginoso a la vista
en medio de la calle
no me arredro: algo
sin embargo me ha
detenido, me doy
cuenta, el agua
empantanada
convierto en
corriente como
dijera aquél cristalina,
la sigo con la mirada,
peces saltan, desvarían,
unos a la red de mi
alimento matinal
(carnal) otros
(laterales) van a
pasar al buche de
un cormorán: mundo
en orden. Día tercero
de la Creación (vide,
Génesis, leed, cerrad
el Libro, ojos que no
ven, olvidaos de Dios
y de vosotros mismos,
sumíos en campos de
estrellas y entre reflejos
aquí abajo, pecios,
girasoles, dalias
gigantescas, hortensias
azules enormes, y al
otro lado del horizonte,
hacia Levante, la
estrella de mar
primera de Creación).
Ni sueño ni lecturas ni soberana realidad: ni sus
contrarios. A partir de
hoy (es de mañana)
no haya contrarios,
Eros y Tánatos de la
mano, claro y oscuro
no se hagan daño,
busco cordura y
mental desmesura,
conversar con sancho
y con quijote, comer
cocido y crudo, vivir
mundo y retiro, leer
menos: sentarme
con mi hermana a
jugar damas chinas
en la sala, cuatro de
la tarde, hablar en
voz baja, los padres
duermen en la
habitación al fondo,
quizás procrean: tal
vez se abrasan,
ígneos judíos de
bucles negros
bañados en aceites
aromáticos, va y
nuestra madre es
Abigail, la cónyuge
oficial, y nuestro
padre David es
David, lascivo y
tirapedrero: de
infalible puntería,
donde pone el ojo
pone la virilidad
en carne viva.
Descendemos,
hermana, de
tañedores,
bailadores,
cantores, padre
a madre del talle
abrasado, en la
habitación del
fondo, tira que
te toca.
Estoy hecho un fiera, tocado de la longevidad de
los patriarcas de Israel:
acabo de salir, ya estoy
de vuelta, de nuevo
convocado en una
sala cual salón
dieciochesco donde
se me espera a que
reciba a quien
corresponde en su
momento, tinta china
convierto en tenue
tinta de escritura
común, hago lo
negro azul, de
costado me recuesto
y recogido (ovillo)
punto por punto
recapitulo lances
y desenlaces del
día que termina:
echado en un
redondel de luz
donde quepo vivo
o muerto (de tamaño
indistinto) recién
nacido, renacido
o recién fallecido,
da lo mismo: ni
dimensiones ni
estratagemas,
regreso adonde
no hubo comienzo,
nada de recuentos
(el Universo apenas
tiene contenido) me
sumo a mi cansancio
a sabiendas, y es lo
cierto, que todavía
(pese a las
apariencias) el gallo
no cantó.
 
 
 
(Fuente:  Page about Joé Kozer)

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