5 poemas 5
Fotografía de Kristen T. Cates |
Vértigo que avanza
sin dar marcha atrás,
la vida dibujada en la línea donde cae el sol.
Un respirar detenido por la muerte
que siente el paso del aire
al remover tierra de las pesadillas,
con furia,
sembrando luces
en el trayecto.
Y al llegar el final
un esplendor que te hace ciego.
El momento
donde la última hoja cae
llevándose la silueta
de lo que era verde
y el corazón
opaca los cristales de los errores
que se entierran en la piel
que ya no duele.
Fotografía de Kristen T. Cates |
KAREN
Abrazos que ya no puedo dar
rompen la ilusión de los días azules
y de la húmeda brisa del verano.
Desde el primer segundo me buscaron,
lo hacen hasta hoy rompiéndose las suelas
en lugares de silencio llenos de oscuridad
pero estoy donde jamás pensarían.
Aún siento las risas apagadas,
los amigos que fueron olvidándome
y los amores que no conocí.
No recuerdo mis fantasías,
ni la inocencia
ni mis ganas de amar
pero recuerdo sus manos
asfixiando mi última noche.
Quisiera poder despedirme
de quienes aún pronuncian mi nombre.
Frustración infinita,
mis ojos siempre abiertos
no hay día ni noche.
Quiero gritar,
abrazar a mi madre,
tocar mis lágrimas, pero no puedo.
Escucho sus lamentos,
siento la desesperación
merodear a mi alrededor;
aun veo esos ojos de lumbre
maldiciendo sobre mi cuerpo.
No me vistieron tantas noches,
deje libros a medias,
maquillaje desordenado
la cama sin tender.
Era un día como cualquier otro
[nunca se piensa en eso].
Una falda bellísima, sí, corta pero bellísima,
el mismo bar,
las mismas personas.
Me sentí segura, bailé
y olvidé la cacería de lobo siempre al acecho;
se quedó cerca, tan cerca que aún puede pisar sobre mí.
Antes pude hacer mucho,
haber dicho algo
y un día yo ya no estaba, pero las preguntas sí.
No está mi cuerpo, no hay rastro,
pero están los valientes que me aman,
que cuestionan e investigan
los veo,
no busquen lejos; nunca salí de casa,
antes de enterrarme tres metros bajo el comedor
me dijo - te amo -.
Fotografía de Kristen T. Cates |
Te abrí la puerta hacia el silencio y siempre fui delante de ti, como un lazarillo pendiente del peligro,
temiendo que algo malo te pasara,
anteponiéndome,
arriesgándome.
Pero no pude protegerte;
te arrebataron de mí como los ventarrones se llevan las raíces...
Y no pude hacer nada, no hice nada para que te quedaras; porque fue ahí cuando entendí que así no se juega al amor.
Me han dolido las noches con sus días,
no he podido aceptar que siempre te vas dando portazos en la cara de los que te hemos querido.
Y aunque quizá seas lo que más he deseado, también admito que fuiste lo más rápido de olvidar.
Las huellas de aquellas risas aún están esperando para atacarme cuando el invierno llegue,
cuando deba salir sola a esa mesita de jardín a recordar los cigarros y los vasos de ron que ya no existen.
Y sé que la vida te regresará a mí cuando ya no te quiera,
cuando ya tu recuerdo se haya disuelto entre el subir y el bajar de la gente del metro en una ciudad muy lejana.
Y es que así me ha sucedido siempre,
la vida tiende a devolverme lo que ya no me sirve, lo que dejé en el pasado;
quizá
como una jugada mal planeada en una partida de ajedrez o como la bala
que alcanza a mover el viento cuando es disparada hacía el corazón de un
siervo... y éste alcanza a esquivarlo, a huir... a decir hoy no voy a
morir.
No sé si a mí me pase algún día, pero estaré preparada;
tendré el corazón llenito de mí para que nada de ti alcance hueco.
Y así te pienso hoy, cuando llegan a mis pies las hojas amarillas de los árboles...
Y así te siento hoy, como esas terribles ganas de un café cuando cae la lluvia…
Te fuiste sin ni siquiera haber llegado,
me rompiste,
me diste tiempo para reconstruirme, pero fue para volver a romperme;
y entonces de verdad te fuiste…
Cuando
tus sonrisas me gritaban a la cara que te había perdido, que ya no
tenía nada de aquel que nunca tuve, me senté y lloré como se llora a la
muerte,
sin lágrimas,
en completo silencio,
a media carcajada con los amigos de frente.
Te grite a llanto abierto como lo hacen los desesperados de sentir vida en algún desierto…
sin que nadie me escuchara; te lloré en mis sueños, aquellos que al despertar no recordaba,
te lloré en el mercado,
en un semáforo en rojo,
en la caída de las noches y en los amaneceres que nunca vimos juntos.
Pero es que ¿sabes?, nunca pensé ver el rostro de alguien más en tus ojos, nunca previne ese doloroso momento.
No quise decirte adiós antes porque no sabía cómo,
enmudecí siempre ante las migajas de momentáneas sonrisas que me regalabas;
siempre esperanzada a que un día un suspiro direccionado a mí saliera...
Imaginaba cuentos para sobrevivir ante tantos inviernos en medio de las primaveras;
cuentos
en donde tú y yo no necesitábamos nada más que recostarnos a mirar las
estrellas, contarlas, ponerles nombres... hacerlas nuestras...
Ahora
no tengo más que dejarte partir sin culpas, no me quedo con ninguna, me
quedo con la vida… esa que ahora tengo que vivir sin ti.
Fotografía de Kristen T. Cates |
Me pesas en los omoplatos
ya tan viejos y cansados.
Fuimos fuego y hierba,
mar y luna.
El tiempo me obliga
a respirar arena,
a construir veleros,
a ser un náufrago.
Aun hoy,
con tantos soles intermedios
en silencio
sigo preguntándome
qué hicimos tan mal.
Fotografía de Kristen T. Cates |
Estabas donde se cuelga el mar,
firme el ave de tu rostro,
eternamente en mis aguas.
-Emma Cristina Cavazos Regalado-
(Matamoros, Tamaulipas, México)
P
(Fuente: Emma Gunst)
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