lunes, 23 de mayo de 2022

Nuria Ruiz de Viñaspre (La Rioja, España, 1969)

 


BARRO

El Señor Dios modeló el ser humano con arcilla del suelo
Génesis 2,7

 

 

El escenario del mundo era un navío tripulado por los Hombres Barro. Pequeños Ulises mecidos por un fuerte viento y moldeados por un dios estéril. Yo embarqué con ellos y volé mecida por un toque de sirenas y un canto delirante de ballenas que me arrastró al fondo de lo que somos. Barro. Viajar en brazos del impetuoso viento y descubrir que allí estaba el origen de la humanidad con todo el barro del que estamos hechos. Barro. Que nuestro ADN es la húmeda arcilla. La modernización de una molécula. La evolución de Lilith. De la arcilla al barro y viceversa. El hombre es una escultura en constante movimiento. Se levantan en barro montañas humanas que se desbarran en los márgenes del tumbado valle. Fue como estar en alta mar y entrar en la sala de un museo. Cada ser humano tenía un autorretrato dibujado al aire. Así hundí mis pies en barro y palpé sobre el agua esa materia orgánica, sólida y líquida de la que estamos hechos. Desde allí y con mi mano de visera divisé la humanidad entera. El cuadro de la solación y la desolación. Frente a mí convivían la salvación del hombre y su rechazo. El amor y el odio tan contrario a ese amor primero. El apoyo mutuo y su repulsa. La caída y su inmediata izada. La quijada de este siglo. Brazos que eran ramas, velas, olas. Un algo engarzado a un todo. El hombre que construye y que destruye al tiempo. Vi el bien y su contrario el mal. Acerqué mi ojo a Rafaeles, Miguel Ángeles y algún dantesco Goya con todos sus desastres. Vi Piedades. Transfiguraciones. Descendimientos. Sagradas Familias. Romanas fuentes humanas nacidas de ese mismo barro. Querubines suspendidos en el aire inquieto. Glóbulos blancos devorando a glóbulos rojos, como si fueran un Saturno con leucemia devorando a su hijo muerto. Vi las células de una madre ballena transitando esos parajes y pariendo al barro ballenatos que quedaban sumergidos en un suelo roto. Más arriba, el viento gritaba al Hombre Ulises que no somos nada y a la vez todo. ¡Barro! -aullaba el aire- El viento os desestabiliza. Si un día se desatara una tormenta os desharíais uno a uno acabando siendo un otro amasado con más fuerza que mi viento rompeolas. Oleadas de viento. Que el difícil equilibro es más fácil entre dos. Que es un pasamanos místico. Que la música y aquel canto de ballenas eran cuerdas que tensaban a Penélope sosteniéndola en el aire. Equilibrio. Equilibrio. Equilibrio que desequilibra al aire y lo encaraba. Caerse y levantarse. Caerse y levantarse. Caerse en una caída libre que nunca llegaría al suelo. El hombre Barro era una ola surcada por otro domador de olas.

Qué joven y limpia me embarqué con ellos y con qué diestra mano toqué nuestro barro envejecido. Era el color de nuestro ADN. El color del barro. Barro que avanzaba como la sangre avanza por el camino abierto de las venas. Venas. Venas. Venas. Las humanas velas abandonadas a las venganzas del viento, naufragando y renaciendo al tiempo. Velas tripuladas por Penélope desorientada a la intemperie.

Eran las Nuevas Escrituras.

La Transfiguración de las almas

A Sharon Fridman

 

 

NURIA RUIZ DE VIÑASPRE

 

(Fuente: Aire nuestro)

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