jueves, 26 de mayo de 2022

Marcel Jouhandeau (Francia, 1888-1979)

 

De la abyección (Fragmentos)


Marcel Jouhandeau

 

 

Para Jean Paulhan

Mi querido Jean, Recibe este texto como un documento que puede referirse a cualquier persona y que sólo he consentido en entregarte porque estaba tentado de destruirlo.

 

 

LA POESÍA (FRAGMENTO)

 

Cuando sus crímenes no son evidentes, el culpable posee un lenguaje cifrado que le pone a salvo de cualquier promiscuidad con la justicia.

Incluso si creen descubrir mis intenciones o inclinaciones, es imposible que lo que yo quiero sea tan sim-ple como creen los demás, como a menudo creo yo mismo.

Toda la felicidad de un hombre, toda su gloria, depende del objeto de su deseo: a veces consigue acercársele, otras se aleja, a veces nos acerca a él, otras nos aleja con subterfugios.

A veces no sabemos a qué nos enfrentamos, por los recovecos del lenguaje. Rozamos un abismo, el abismo de alguien. Por sendas misteriosas os ha conducido e introducido en su particular turbación, donde vuestra experiencia desfallece. Os faltan los elementos necesarios para juzgar, puntos de referencia, pero he aquí que os nacen subrepticiamente unas antenas que os permiten sospechar la existencia de un mundo nuevo, accesible y simultáneamente prohibido.

Hay algo mágico en toda nuestra manera de ser, de comportarnos con lo que buscamos y que sólo podemos atrapar a tientas y por sorpresa, siempre y cuando no nos conformemos con un casi, quiero decir, siempre que mantengamos una exigencia interior: si aportamos no sólo pasión, sino también una especie de religión dela vida.

Dos hombres no dan nunca idéntico sentido a una misma palabra. Según el contexto, la posición que le otorgue, el contexto con que la acompañe y el miste-rio, la soledad, la sombra o la luz, la serenidad o el horror sagrado con que la rodee, esa palabra cambia, queda transferida, desfigurada o transfigurada, la ha metamorfoseado incluso.

En cada una de las palabras que utilizo pesa toda mi experiencia personal y el matiz único de mi alma se descompone o recompone en ellas como a través de un prisma único.

Innumerables son los hombres; conocemos a unos pocos. Los más profundos y delicados se esconden: los que tienen una manera de sentir o de pensar original, los que han descubierto algo de Dios, de los demás o de sí mismos. A veces esa profundidad, esa delicadeza  encuentran su expresión: estamos entonces ante un hecho raro que nos permite constatar nuestros propios abismos.

Creía sentir únicamente lo que puede decirse y me doy cuenta de que nunca he estado tan lejos de poder expresar lo que siento. Más todavía, lo que he podido expresar ponderada-mente de mí mismo, ya no tiene interés para mí.

El Pecador se ve conducido a los mismos extremos que el Místico. Nadie sabe enteramente de qué hablan, ni el primero ni el segundo, ni ellos mismos se darían a entender sin recurrir a la alegoría.

«En un rincón de la sala de espera de tercera clase de la estación ferroviaria de Orléans, sobre mi abrigo gris estalló la gloria: la del Infierno.”

Si no supiera crearme distracciones habría muerto o estaría encerrado en un manicomio desde hace mucho tiempo. La única cosa que puede salvarme: cierta sutileza en el uso de la analogía y del símbolo.

Estilo: una impresión excesivamente controlada por la expresión pierde su perfil, y entonces la propia expresión pierde su carácter de inicio, de envite, su razón de ser.

De noche el rebaño duerme en el fondo del establo y se acaricia medio dormido, así lo hacen también en mi corazón mis más oscuros deseos.

Una grulla cae en un campo, en otoño. Un campesino la recoge y le corta las alas. La primavera siguiente una hermana de paso baja a buscarla, la pobre se afana pero, privada de alas, muere de pena en tierra.

Un campesino la recoge y le corta las alas. La primavera siguiente una hermana de paso baja a buscarla, la pobre se afana pero, privada de alas, muere de pena en tierra.

No, nada me parece más cercano a mi cuerpo que la hierba y las flores. Es en este contacto impersonal donde mejor florece mi sexo. Como si la misma savia y las mismas ramificaciones se expresaran en ellas y en mí. En realidad, sólo engaño a mi mujer con los helechos y las zarzas con que me acaricio o me lastimo.

Por un lado del cristal alimento a los pájaros y por el otro al gato que quizás se los coma.

Cuando vivía en el distrito sexto, en la calle Gay-Lussac, por la noche, cuando volvía a casa después de alguna aventura dolorosa, me imaginaba siempre la escalera cuando regresaba a casa, después de alguna aventura dolorosa, como una escalera de mano que subía escoltado por Ángeles y los últimos peldaños llegaban a las estrellas, entre las cuales me dormía en el balcón, en los brazos de terciopelo de la pequeña butaca de cerezo de mi abuela materna.

Por miedo a afrentarme, rechazo las montañas. ¿Acaso tengo que subirlas para elevarme? Quedan abolidas.

Llevo en mi interior los Pirineos y las orillas de todos los mares.

Para probármelo, durante largo tiempo, sentado a la puerta de mi ciudad, he rechazado viajar.

(…)

«Que hay una manera de mirar a un caballo que se acerca y supera incluso a la caridad.» 

D’Alembert dijo en sueños que cualquier animal es más o menos un hombre, que cualquier planta es más o menos un animal, que un mineral es más o menos una planta; que no hay en la naturaleza barrera alguna.

«Lo que me tranquiliza: la vida y nuestra imaginación son paralelamente tan exactas y fabulosas, la una como la otra.»

«Que la zoología y la botánica no son tan ajenas a Dios y al hombre como para no poder ayudarnos a conocernos a nosotros mismos y a Dios frecuentemente mejor que la antropología o incluso la teología.»

«El universo es más antropomorfo o el hombre cosmoformo: “Casi tan humano como su cabra”, dijo Longo.»

 

 

De la traducción: MARTA GINÉ

De la abyección. Barcelona. Ediciones El Cobre. 2006. Págs. 30, 31, 32, 33, 33-34, 35, 36.


(Fuente:  La Mecánica Celeste)


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