jueves, 26 de marzo de 2020

Robert Bringhurst (Los Angeles, California, 1946 / Vive en Canadá)


El río de Ptahhotep

 


La palabra justa escasea más que el jade. Escasea
más que la piedra verde, sin embargo puede encontrarse
entre las muchachas en las piedras de afilar, entre los pastores
solitarios en las colinas.
Sé cómo un hombre puede hablarle a su nieto;
no le puedo enseñar a hablar con las jóvenes.
Sin embargo, he visto en el pozo cómo las palabras
afinan el corazón, cómo se hacen de aquel que las oye
un maestro del oído. Si lo oído penetra en el que oye,
el que oye se convierte en el que escucha. Oír es mejor
que cualquier otra cosa. Purifica la voluntad.
He visto en las colinas cómo el corazón escoge.
Los puños del corazón sostienen las puertas de los oídos.
Si un nieto puede oír las palabras de su abuelo,
quizás las palabras, décadas más tarde,
se eleven desde su corazón como el humo
mientras espera en la montaña y piensa en la vejez.
En la cueva del oído, los huesos, como estrellas
de solsticio, se sientan derechos e inmóviles,
escuchan con atención el aire mientras el músculo y la sangre
escuchan con atención al esqueleto.
Lenguas y senos de las no vistas
criaturas del aire
se deslizan sobre los huesos en las desdentadas
bocas de los oídos.
Oír es honrar al caracol que duerme
en la caja de leña tras la forja.
Verás cómo los oídos del nuevo gobernador
se llenan como bolsillos, cómo sus ojos
se hinchan con lo que se ve fácilmente,
y sin embargo su rostro es una jarra desatendida. Sus huesos
se arrugan como flautas dobladas, su corazón
se prepara y se activa como la mano de un mendigo.
Las palabras del nuevo gobernador son ordenadas, limpias,
inagotables, y no se distinguen
unas de otras, como los funerales, como la arena.
He hecho lo que he podido durante mi mandato.
El río crece, el río decrece.
He visto la luz del sol anidar en el agua.
He visto la oscuridad
formar charcos como aceite en la palma de mi mano.
Háblale a tu nieto diciéndole,
la palabra justa escasea más que el jade, escasea
más que la piedra verde, sin embargo puede encontrarse
entre las muchachas en las piedras de afilar, entre los pastores
solitarios en las colinas.
El corazón es un animal. Aprende el lugar al que te lleva.
Aprende su marcha al romperse. Aprende su gama,
cómo se aparea y alimenta.
Si esquilan tu corazón como a una cabra, la badana
crecerá de nuevo, aunque tu corazón tiemble de frío.
Si despellejan tu corazón,
se secará en tu garganta como un pez en el viento.
Háblale a tu nieto diciéndole,
mi nieto, las cuevas del aire
resplandecen con las huellas de las pezuñas
de las criaturas
a las que has convocado.
Mi nieto, mi nieto,
la palabra justa escasea más que el jade, escasea
más que la piedra verde, sin embargo puede encontrarse
entre las muchachas en las piedras de afilar, entre los pastores
solitarios en las colinas. El corazón es un barco.
Si no flota, si no tiene quilla,
si no tiene lastre, si no tiene
asta ni remo, ni timón ni mástil,
no hay modo en que puedas cruzar.
Háblale a tu nieto diciéndole,
mi nieto, la estela del corazón
es tan ancha como el río;
la corriente del corazón es tan vasta como el viento
y tan fuerte como la caña del timón que se desliza en tu mano.
Háblale a tu nieto diciéndole,
la palabra justa escasea más que el jade, escasea
más que la piedra verde, sin embargo puede encontrarse
entre las muchachas en las piedras de afilar, entre los pastores
solitarios en las colinas.
Al abrirse y cerrarse en la cuerda de la sangre
en el pozo del aire, los puños del corazón
huelen a río.
El corazón tiene dos pies y el corazón tiene dos manos.
Los oídos de la sangre lo escuchan aplaudir y caminar;
los ojos de los huesos observan las pisadas sangrientas
que deja en su camino.
Háblale a tu nieto diciéndole,
hijo mío, pon tu oído
en el camino del corazón,
arrodíllate allí en honor
del caracol que duerme.
 
 
      Versión al castellano de Marta del Pozo y Aníbal Cristobo.
      Tomado de La belleza de las armas. Kriller 71 ediciones. 2013.
 
 
(Fuente: El Hombre Aproximativo)

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