miércoles, 25 de marzo de 2020

Rafael Espinosa (Perú, 1962)



ENVOLTURA



El gran canto de amor del
muy estándar poema capitalista
de Ron Padgett sobre las cerillas
acontece donde quieras.
A veces solo es necesario
cruzar la calzada, donde antes viste
banales cambios de dinteles.
Y el chico está allí, cubierto por azar
y necesidad, con un piercing
en el lóbulo de la oreja, y te aguarda.
Él tiene la forma que le conviene
estrictamente a él, también
la opacidad que le corresponde, y tú
una vida que está siendo grabada;
son dos para el caso,
un caso hace una estirpe.
Por qué no comenzamos. Cortemos
las cebollas. Se hace así: mira.
Luego vamos al puente a tocar
las corrientes embalsamadas.
Una gran historia de amor
termina en el sitio que sea,
el parque donde los adolescentes
se juntan a rapear. Tenemos
el valor de mirarlo. La afluencia.
Los jardineros retirándose. Los
juegos aburridos, las letras
de violencia que han de cumplirse
sobre suelos salinos.
Todo es de nuevo sólido. Y entre
los tipos de dolor él, que nunca
amó las plantas, escoge al irse
los rasgos de la flora de Sudamérica.
Ocurre así y siempre hay un gorrión
caído en la senda como dato informe.
Podrías no pisarlo pero eso
sería reverencia, no amor, y esta
línea, talones de brillantes,
sabiéndolo, lo pisa.




De “Comentarios”

 

El cuerpo necesita del mar.
El mar no requiere tanto del cuerpo.
Ya lo recorren otros centinelas
que igualmente habrán de morir.
Le escuché decir a un tablista
abandonado por la juventud y una esposa:
“A las olas, esos insumos azules, les debo
estar vivo y una cicatriz de por vida”.
A veces transporta mucha basura.
Es cuando el dolor asimismo es aventura.


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