martes, 2 de julio de 2019
Severo Sarduy (Cuba, 1937 - 1993)
EL ÉMBOLO BRILLANTE Y ENGRASADO...
El émbolo brillante y engrasado
embiste jubiloso la ranura
y derrama su blanca quemadura
más abrasante cuanto más pausado.
Un testigo fugaz y disfrazado
ensaliva y escruta la abertura
que el volumen dilata y que sutura
su propia lava. Y en el ovalado
mercurio tangencial sobre la alfombra
(la torre, embadurnada penetrando,
chorreando de su miel, saliendo, entrando)
descifra el ideograma de la sombra:
el pensamiento es ilusión: templando
viene despacio la que no se nombra.
EL PASO NO, DEL DIOS, SINO LA HUELLA
A Gerardo Mello-Mourão
El paso no, del Dios, sino la huella
escrita entre las líneas de la piedra
verdinegra y porosa. Aún la hiedra
retiene las pisadas, aún destella
de su cuerpo el contorno sobre rojos
sanguíneos o vinosos: en los vasos
fragmentados, dispersos. No los pasos
del dios, sino las huellas; no los ojos:
la mirada. Ni el texto, ni la trama
de la voz, sino el mar que los decanta.
En su tumba -las islas ideograma
de esa página móvil donde tanta
frase, no bien grabada, se derrama-,
sumergida, tu estatua ciega, canta.
EL RUMOR DE LAS MÁQUINAS CRECÍA...
El rumor de las máquinas crecía
en la sala contigua: ya mi espera
de un adjetivo -o de tu cuerpo- no era
más que un intento de acortar el día.
La noche que llegaba y precedía
el viento del desierto, la certera
luz -o tus pies desnudos en la estera-
del ocaso, su tiempo suspendía.
No recuerdo el amor sino el deseo:
no la falta de fe, sino la esfera-
imagen confrontando su espejeo
con la textura blanca, verdadera
página -o tu cuerpo que aún releo-;
vasto ideograma de la primavera.
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