jueves, 11 de julio de 2019

Matías José Morales (Talca, Chile, 1988)


JONATHAN PROPETH


La máquina sobre mi cabeza
insiste
en que pacifistas interpretes
de telarañas
le contaron que no existe
la piedad o la empatía
en el cerebro cristalizado
de los bendecidos, y que ellos
solo sirven
a sus amos:


dueños de la noche, o al menos
la raza más antigua
que la haya reclamado.

Y sin embargo, a pesar de tal
anécdota sabrosa intento
no pensar
en lo que este lugar
le habrá hecho a la criatura
que me como, pero lo siento
en mi estómago.

La consciencia
es un picor
que debe ser rascado
sin las manos.

Entonces recuerdo
a mis hermanos caídos.
Lucrecia, con el ojo
sin restaurar, para así
recordar a cambio de qué
lo entregó.

Andronocles, quien
se sintió en paz
dentro de las heladas cavernas
del sur.

Finalmente, luego del viaje
entiendo, que bajo la pérdida
y la culpa
para tolerar el peso
de un cumplido lanzado al aire
debo introducir mis dedos
en el cráneo de Dios
y tocar el cosmos
así llevarme una escama
de recuerdo.

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