Un viejo asunto
Fue a principios de siglo.
La ciudad
se ponía los pantalones largos,
iba en landó, calzaba vías férreas,
ascendía hasta el cielo con ventanas.
Era el imperio de los estancieros
recién vendido a la Inglaterra, era
la reyecía de los Apellidos,
el país dividido en cinco feudos
donde engordaba el animal y pedro
valía menos que un cuero de vaca.
El río entonces una madrugada
fue despertado por extrañas voces,
palabras dulces o ásperos sonidos,
el aire anduvo averiguando qué
demonios sucedía, qué lenguaje
lo trizaba en cristales asombrados,
mientas los inmigrantes descendían
con pantalones castigados, los
bolsillos llenos de nostalgia y unos
sueños, los pocos permitidos por
la Compañía de Navegación.
Aquí vinieron italianos, turcos,
árabes, rusos, búlgaros, judíos,
eslovacos, polacos, españoles,
con los dedos del hambre en la mejilla,
con la lágrima seca en el pómulo,
con las espaldas hartas del fusil,
del knut, del palo de la policía,
aquí vinieron, construyeron casas,
relojes, sillas, lápices, pañales,
empuñaron la reja, hicieron
llover del suelo gotas congeladas
de trigo o de maíz, aquí vinieron
y edificaron días, esperanzas,
árboles, hijos, pájaros, canciones,
aquí empezó a dolerles el huesito,
mientras el amo alcorta o anchorena
mantenía queridas en París,
vendía el país por unas esterlinas,
paseaba sus polainas por Europa.
Aquí vinieron, sí, los gringos, los
extranjis, aprendieron a besar
el mate largamente, a conversar
el porteño mezclado, en guaraní,
dieron sus brazos para el frigorífico,
para las fábricas y se encontraron
cara a cara con los viejos fantasmas,
les azuzaron sus hermanos criollos
(les decían “los gringos les roban el trabajo”)
Les persiguieron la majilla y como
muchos de ellos venían de la pólvora,
del aire en armas de las barricadas
populares y muchos descendían,
por parte del dolor, de la pelea,
los amos le dictaron una ley:
“Queda prohibido para el extranjero,
jornalero, albañil, bracero o pobre,
pedir aumento de salario, unirse
luchar por su camisa, el delantal,
la cuchara , el repollo, los manteles.
Tiene permiso para sufrir hambre,
golpes y lágrimas, humillaciones,
como los chinos de esta sucia tierra.
Puede olvidarse de a poco que es un hombre,
y si lo recordase, hereje, bárbaro,
archívese, publíquese y devuélvase
encadenado a su lugar de origen”.
Esta es la ley, célebre por su número
odiado, maldecido, esta es la ley
4144.
Clavada está en el medio de mi pueblo.
Todavía golpea en lo más puro.
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