El río encadenado
y te demoras, pasivo, en esta fría orilla?
¿Acaso olvidas tu origen, hijo del océano
que de los Titanes fue amigo?
¿Ya no reconoces a esas brisas vivificadoras,
mensajeras del amor, enviadas por tu Padre?
¿No oyes la clarísima palabra que desde lo alto
te dice el dios siempre vigilante?
Ya rumorea, ya rumorea y borbota
como en el tiempo en que holgaba entre las rocas,
y va recordando su fuerza y poder
y ahora, vedlo, se apresura
el indolente; se burla de sus cadenas
y las aferra y rompe, arrojando sus restos
como por juego sobre la sonora orilla. Y al grito
del hijo de los dioses despiertan las montañas,
se agitan los bosques, el abismo oye lejos
la llamada del heraldo. Y estremeciéndose
vuelve a brotar el júbilo en la tierra.
¡Llega la primavera, y el verdor despunta!
Pero él se vuelve hacia los Inmortales,
porque en ninguna pueda ya descansar
sino en los brazos abiertos de su Padre.
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