jueves, 10 de marzo de 2022

Ana Birlanga (España, 1967)

 

El Oasis

 

El caparazón de un escarabajo
porta el reflejo de la luna inexistente.
Es toda la luz que puedo ver
desde esta esquina,
mientras espero que llegue la ambulancia.

Ahora que mis ojos se acostumbran,
un oasis de hipérico aparece
sobre el socavón arenoso del asfalto
y la calle parece iluminarse.

Escucho nítidas las voces de los chicos
¡churro, mediamanga o mangaentera!.
Hay una niña rubia que se esconde
tras un Renault Doce amarillento
y deja de respirar cuando descubre
el coleóptero azabache en su sandalia.
¡parece que lleve allí toda la vida!
agazapada.
¡Por mí y por todos mis compañeros!

¡Desde el jardín, a través del aligustre
una voz alta, de madre, canta y avisa
que es la hora de dormir, que ya es muy tarde.
Cada mochuelo emite su protesta
y se dirige contrariado hacia su olivo.

De nuevo la calle se oscurece.
la ambulancia, sin sirenas, se aproxima
y al girar hacia la puerta de la casa
destroza con sus ruedas el oasis.

 

 

Plantar una ciudad

 

Arrasar el jardín. Esa es la idea.
La poda inoportuna.
El hormigón en la raíz.
Capar la guía del ciprés.

Plantar una ciudad.
Hacerse un hueco, un rincón,
un zulo a salvo de la memoria.
Escuchar el canto de las escaleras
y el silencio de los perros.

Arrasar el jardín,
secar la brisa.
Inundar los bulbos que serán.
Dejar que el sol abrase la pátina
sobre las hojas.

Plantar una ciudad.
Cambiar las llaves de las luces.
Abonar el asfalto.
Resucitar a Carver.
Plantarla de noche
y esperar
a ver si crece.

 

En La Miel del Asfalto. Huerga y Fierro Editores 


Across the Universe

 

Ya no están de moda los Celica.
Desde el beso inquietante
y el fuego azucarado,
miles de días presos en años,
fugitivos amenazados de vida por la espalda.

Las ínfulas del crossover asaltan ahora las aceras
como quien rueda entre pirámides y momias,
y apenas me levanto las pestañas.

Guardo paisajes en una espina sin tallo
y ya no necesito un maletero grande
ni una jornada pequeña.
Todo despierta con un mando a distancia
y está afónico el rosario de la aurora.
La urgencia ya no baila en el pasillo
a la espera de su turno para el baño
y me sobran almohadones.
para mullir sueños maltrechos.

A punto de alcanzar un paraíso
de confortable y silencioso cartón piedra,
observo ese cangrejo rojo, implacable.
El microondas marca dos minutos,
el tiempo exacto para una crema de verduras,
suficiente para dar unas caladas
y cruzar el universo
en un silbido.

 

En La Miel del Asfalto. Huerga y Fierro Editores

 

 

 

(Fuente: mundomiznait.es)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario