Lápidas (1977-1986) fragmentos
En la quietud de madres inclinadas sobre el abismo.
En ciertas flores que se cerraron antes de ser abrasadas por el infortunio,
antes de que los caballos aprendieran a llorar.
En la humedad de los ancianos.
En la sustancia amarilla del corazón.
* * *
I
Gritos sobre la hierba y el huracán de púrpura.
Giráis envueltos en banderas y exhaláis con dulzura.
Obedecéis a ancianos invisibles cuyas canciones pasan por vuestra lengua.
Ah, jóvenes elegidos por mis lágrimas.
* * *
Tras
asistir a la ejecución de las alondras has descendido aún hasta
encontrar tu rostro dividido entre el agua y la profundidad.
Te has inclinado sobre tu propia belleza y con tus dedos ágiles acaricias la piel de la mentira:
ah tempestad de oro en tus oídos; mástiles en tu alma, profecías…
Mas las hormigas se dirigen hacia tus llagas y allí procrean sin descanso
y hay azufre en las tazas donde debiera hervir la misericordia.
Es esbelta la sombra, es hermoso el abismo:
ten cuidado, hijo mío, con ciertas alas que rozan tu corazón.
* * *
Asediados por ángeles y ceniza cárdena enmudecéis hasta advertir la inexistencia
y el viento entra en vuestro espíritu.
Respiráis
el desprecio, la ebriedad del hinojo bajo la lluvia: blancos en la
demencia como los ojos de los asnos en el instante de la muerte,
ah desconocidos semejantes a mi corazón.
(…)
* * *
Vi la sombra perseguida por látigos amarillos,
ácidos hasta los bordes del recuerdo,
lienzos ante las puertas de la indignación.
Vi los estigmas del relámpago sobre aguas inmóviles, en extensiones visitadas por presagios;
vi las materias fértiles y otras que viven en tus ojos;
vi
los residuos del acero y las grandes ventanas para la contemplación de
la injusticia (aquellos óvalos donde se esconde la fosforescencia):
era la geometría, era el dolor.
Vi cabezas absortas en las cenizas industriales;
yo vi el cansancio y la ebriedad azul
y tu bondad como una gran mano avanzando hacia mi corazón
Vi los espejos ante los rostros que se negaron a existir:
era el tiempo, era el mar, la luz, la ira.
* * *
A la inmovilidad del gris convocado por un pájaro silencioso,
bajas llorando.
Hay un mar incesante que desconoce la división del resplandor y la sombra,
y resplandor y sombra existen en la misma sustancia,
en tu niñez habitada por relámpagos.
* * *
Oigo hervir el acero. La exactitud es el vértigo. Ah libertad inmóvil, ejecución del día en la materia nocturna.
Es tu madre el clamor, pero tus manos abren los párpados del abismo.
De resistencias invisibles surge un rumor de límites:
ah exactitud de mar, exactitud sin nombre.
* * *
Puedes gemir en la lucidez,
ah solitario, pero entonces líbrate
de ser veraz en el dolor. La lengua
se agota en la verdad. A veces llega
el incesante, el que enloquece: habla
y se oye su voz, mas no en tus labios:
habla la desnudez, habla el olvido.
* * *
Hierves en la erección, dama amarilla,
y estas son aguas preteridas, líquidos invernales.
Dama en mi corazón cuya luz me envejece:
eres la obscenidad y la esperanza.
* * *
En la oquedad de Dios, ah paloma viviente, te obligué a la lectura del silencio. Y fulgías.
Tú eres corporal en dos abismos,
azul entre dos muertes, entre dos lenguas físicas.
Ah paloma final, va a ser noviembre.
* * *
Todos los animales se reúnen en un gran gemido y su dolor es verde.
Tú acaso piensas en desapariciones; veo humedad sobre tu alma.
Háblame para que conozca la pureza de las palabras inútiles,
oiga silbar a la vejez, comprenda
la voz sin esperanza.
(Fuente: Ada lírica)
No hay comentarios:
Publicar un comentario