martes, 20 de febrero de 2024

Héctor Viel Temperley (Buenos Aires, 1933 - 1987)

 

HAY UNAS FLORES VIOLETAS
 

Hay una flores violetas
en un monasterio
que en invierno crecen como un colchón
a la sombra de los árboles.
Y uno puede tirarse de pecho
sobre ellas
y sentir hasta el alma
la humedad de la tierra.
 
Un día, le pedía a Dios, con lágrimas:
Carajo, estate siempre así conmigo
como ahora.
A vos sí
te pido que me quieras.
 
(Humanae vitae mia, 1969)
 
 
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UNAS MACETAS DE AMARILLO 
 

No tengo para ver sólo los ojos.
Para ver tengo al lado como un ángel
que me dice, despacio, esto o lo otro,
aquí o allí, encima o más abajo.
Siempre soy el que ve lo que ya ha visto,
lo que ha tocado ya, lo que conoce,
no me puedo morir porque ya tengo
la muerte atrás, vestida como novia.
Voy entrando, de a poco, en lo que es mío,
en lo que ya lo fue, en lo que me nombra,
campos azules y altos hasta el pecho,
con el machete centelleante y rápido.
Veo cómo comienzan las naranjas
a nadar por el aire, a perfumarlo,
girando velozmente en sus semillas.
Veo moverse ese árbol, luego el otro,
pierdo el sentido de mirar la vida,
me lleva el mar, el pecho hacia lo alto,
muevo el cielo en el puño como un poncho.
Me quieren despertar y estoy despierto,
no me pueden tocar, me aman, me gritan,
me lloran como a muerto y estoy libre.
Yo puedo separar filo y cuchillo,
guardar el uno y arrojar el otro,
terminar con un truco la semana,
pintar unas macetas de amarillo.
Yo tengo como un ángel que me dice
aquí o allí, más cerca todavía,
habla, calla, resiste, estira el brazo,
toca despacio todo lo que es tuyo.
 
(El nadador, 1967)
 
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BAJO LAS ESTRELLAS DEL INVIERNO
 

La liebre que una vez que yo miraba
atardecer —volaban los chimangos!—
salió del sol y se sentó a mirarme
 
El pájaro que una mañana
se posó exactamente sobre mi corazón
a una hora en que su cuerpo todavía
calentaba la piel más que el sol
 
El pene entre mis dedos de ese enfermo
al que ayudé a orinar mientras marchábamos
lentamente una noche a un hospital
cruzando playas de estacionamiento
 
La perra que buscaba a mi pene en la sombra
cada vez que salía para orinar desnudo
mirando las estrellas del invierno
antes de regresar corriendo hasta el colchón
iluminado por el fuego que ardía toda la noche
en los troncos que hachaba con mi hacha todo el día
 
La mujer que pedía serenamente auxilio
agitando los brazos y volviendo a nadar
en las primeras horas de una tarde pesada
en que yo con el pan en el estómago
no encontraba a otro hombre en las orillas
 
Y todos los metros que nadé por el mar
sin ver jamás a la terrible aleta
Y mi alegría de noche en las ramas de un árbol
oyendo tangos en mi adolescencia
Y mis siestas sentado junto al cajón de un muerto
descansando en la digna frescura de una bóveda
del verano porteño que nos había humillado
 
Hablo de todas las horas y de todos los días
y de todas las estaciones y de todos los años
Pero la liebre que una vez que estaba solo
se ubicó exactamente entre el sol y mis ojos
guardando exactamente la distancia
que guarda un ángel que visita a un hombre...
 
Y el pájaro que un día
se posó exactamente sobre mi corazón
lo que es igual a recibir de un golpe
el propio corazón en el lugar exacto
el único lugar del universo
donde es una victoria recibirlo...
 
Y la perra que se acercaba agitando la cola
cada vez que volvíamos a encontrarnos desnudos
y solos bajo el cielo del oeste...
En fin...
 
Brillan los miles de ojos que me miran
Brillan las estrellas del oeste en invierno
Sobre la borda del colchón iluminada por las llamas
me siento arreglo el fuego
leo diarios viejos mientras mi sombra crece
Son las tres de la tarde en el reloj
que después del almuerzo se detiene
 
La noche es larga
Toda la noche sopla el viento
Mi muslo brilla con la saliva de la perra
o entre las piernas de una mujer de buen carácter
desnuda alegre dormida satisfecha
 
Vuelvo a despertarme cuando quiero
Vuelvo a salir al frío y a orinar nuevamente
porque estas noches bebo mucha agua
El fuego hace sudar al que lo cuida
En fin...
 
Hice orinar a un hombre
Salvé del mar a una mujer lejana
Y sé que puedo recordar algunos otros
actos de más amor de más coraje
En fin...
 
Pienso en todas las horas pienso en todos los días
pienso en todos los años sin encontrar mi imagen
Pero una liebre un pájaro una perra
me miraron a los ojos al corazón al sexo
como creo que sólo me miró también el mar
una madrugada de verano en que vagaba
con una pistola en el puño sin tener donde afeitarme
 
(Legión extranjera, 1978)
 
 
(Fuente: Cecilia Pontorno)

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