lunes, 26 de febrero de 2024

Pavella Coppola (Santiago de Chile, 1963)

 

tú y yo seremos más tristes que este segundo













Allí estaba todo lo mío.
Era el tiempo. Nuestro todo tiempo, madre.
La agitación terrestre de esta línea.
Habrá otra jornada
otro sol en su centro
habrá rutina, señas,
pero tú y yo seremos más tristes que este segundo.

Alada rompes la huella en la espuma de esta casa nueva y vieja.
La madera cruje
la noria añosa redondea -por enésima vez- el océano
los pinos suben más allá de Quirilluca. Observa.

Quieta la noche, está la dormida hija. Ésa era yo.
Ahora me tienes aquí, pero no duermo.
Lo que hago es equilibrar tu delgadísima sombra en el cuerpo de tu casa.

Justo allí estaba todo lo mío.

En medio de esta espesa niebla estás conmigo:
tu brazo lo ilumina una estrella
y esta noria es un diafrafgma cansado en este mar que persiste.

Madre: no existe un lugar para más sillas.
Todo el mar está en tu mano
pedacitos de madera enredan tu pelo
ante el sielncio del día
y todo el mar bebes con la punta de tu lengua y tu dedo que tirita.

Tampoco existe febrero
tampoco los signos del reloj que divisamos en Ulm
ni zapatos verdes ni manto azul.
Pura bruma.
Puro viento.
Pura noria.

Merecida recorres esta niebla. Los pinos más allá de Quirilluca.
El mar, la sangre.
Él.

Todo habría sido distinto. Pero, llegó el desastre.

Yo no tengo más lágrima aquí dentro del corazón ni cuando veo un cisne
ni este búho allá recuerda el signo del infierno
menos esta paradojal oscuridad.

Nada sé de la matutina esperanza, aunque el colibrí ría en la ventana.
¿Desde dónde te extiendes, madre?

La noria arranca el corazón desde el oceáno
y gota
gota esta sangre.

Pero, el signo temporal me pertenece porque no sutura.
Todo habría sido distinto sin la rasgadura de la piel
asomándose en la lengua de todos estos años.
Todo habría sido distinto sin la rasgadura en la frente
ni la grieta midiendo el corazón henchido
y mi hermano a sollozos
y yo a sollozos
y tú sin saber dónde estabas
y toda esa gente
mientras el amor que venía esperando
en un fractal adelanto -ahora- estaba allí, ante la muerte.

Espantoso todo, madre.

El tiempo ingresa hacia atrás.
Desconozco cómo este pulso deja de ser febrero.

Luis dice que el dolor llega
que va con el viento y también con el sol.
Existen tardes sin pájaros, ni lluvia: la noria seca, sin ti, madre.

Justo allí, estaba todo lo mío.

Yo no sé. No tengo palabras.
Me comí las palabras cuando te alimenté, madre.
Ese día teníamos tanta hambre, madre.
Fuimos harapos.
Cinco largos días
extrañas horas era la ciudad.
Bebimos agua, mucha agua.
Nadie nos salvó porque fuimos huérfanos y lloramos
y pusimos en el suelo el pedazo de corazón:
hundí esta mano
arranqué el corazón desde las entrañas de mi pobre hermano
(tan delgado, tan ínfimo estaba allí, tan niño)
él hundió su mano -también- en mi pecho
y
gota tras gota
todo granate -de pronto- se inflamó el extenso pasillo
y jugamos a escribir letras con la sangre de nuestro inevitable corazón.
Y lo depositamos sobre los pies de papá.
Y le dijimos: morirás.
Y le dijimos: ella te ama.
Y lloramos.

Ahora equilibro tu delgadísima sombra en el cuerpo de tu casa.
La madera cruje
la casa se abre
esta vieja y nueva casa de madera es tu nombre
en esta vieja y nueva casa de madera está el colibrí de cabeza verde y ojo perdido
mira
su ojo se diluye.

La noria añosa insiste
la madera cruje
redondea -por enésima vez- el océano
y los pines suben más allá de Quirilluca
y tú muerdes la ucronía del hogar.

***
En Mapa de Quirilluca. Santiago de Chile: Mago Editores, 2023.
 
(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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