domingo, 19 de noviembre de 2023

Ramón Cote Baraibar (Colombia, 1963)

 

 

Sonata del ángel

 

AL extranjero no se le reconoce únicamente
por su soledad. Apartado y oblicuo
observa cómo el tiempo es en otros tiranía,
lumbre discutible. Aunque mucho se demore
en otro país que no es el suyo
y pierda sus giros indelebles y el lenguaje
que no le bastaba para cubrir su timidez
ahora le resulte en cierto modo familiar,
intenta descubrirle cerca de sus hombros,
bajo su única camisa amarilla,
los vacíos orificios de sus alas.

 

 

Aviso de tormenta

 

Pasan las horas de la tarde y este gris
acumulado durante semanas no se decide
a ser tormenta.

Por todas partes de la ciudad se siente un presagio
de trueno, por todas las esquinas se huye
de su amenaza de metal,
como de un temible cuchillo.

Quizás eso explique el esquivo
perfil de sus habitantes, el retroceso
de palomas en los parques,
el angustioso pregón de los loteros y hasta la impaciencia
de los vendedores de paraguas.

Sucede que de su veredicto depende
tanto cautiverio. Basta una advertencia,
un tácito relámpago rasgando el cielo
para que Bogotá sea limitada y muda,
y para que los cerros del oriente,
que parecían protegernos,
se conviertan en cómplices de su resonancia.

Así se vive en esta ciudad de las alturas:
esperando que pase lo peor
y llegue el día en que todos
podamos habitar la merecida inmensidad
del azul
que desde hace siglos se nos niega.

 

 

Segundo testimonio de soledad

 

Errante entre todos los nombres todavía,
oculta detrás del sol, o a un lado,
ya que aún no eres
pero vas a llegar a serlo,
si puedes, si eres capaz
mírame fijamente a los ojos y memoriza
estas palabras que ahora te dirijo:
si en vez de mano tuviera el aire
y si en vez del aire tuviera el cielo
con ese cielo te haría un pájaro,
para que el día en que decidas
llegar desde muy lejos
te reciba como un árbol
con los brazos abiertos
y pueda saludarte y besarte y decirte:
bienvenida tú de vuelo en vuelo,
ave de alivio.

 

 

La rosa mística

 

En la feria anual del libro
usado que se viene realizando
de común acuerdo con las palomas
en el parque Santander,
me acabo de encontrar así,
de repente, sin estar buscándolo,
La Rosa Mística
de Paracelso, editado en Buenos Aires
en 1967.

Más que asombrarme la casualidad
del hallazgo, lo que realmente me intriga
es saber por qué razón para su propietario
lo que fue fulgor
permanente en sus ojos, combustión y compañía
en su corazón durante años,
cálculos cabalísticos, sumas
y restas matemáticas, de repente
todo ese secreto orden del universo
que tanto trabajo le costó descubrir,
ha dejado, inexplicablemente, de serlo,
o lo que es peor, de importarle.

Con toda seguridad cuando me aleje
de este puesto de libros
que aunque me lo proponga
es difícil que vuelva a encontrar,
alguien -que no soy yo-
lo comprará sin dudarlo
dos veces, y apretándolo contra el pecho
contará los pasos que le faltan
para llegar a su casa y aturdido todavía
por el golpe de suerte que ha tenido,
iniciará de nuevo en la reveladora
soledad de su cuarto
ese milenario oficio que consiste
en convertir la materia fugaz
en oro duradero.

Hasta que llegue de nuevo el día de la renunciación.

 

(Fuente: Festival de poesía de Medellin)


 

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