sábado, 25 de noviembre de 2023

Horacio Fiebelkorn (La Plata, 1958)

 



VENUS EMBARRADA 

 

Fue en esos caños, en las tuberías de cemento
y terciopelo que unen el vapor de las ciudades.
A ese lugar nos empujó el sueño. No hubo fuentes
ni arboledas, ni pasto de altura. Nada de andar descalzos
ni pensamientos leves que mitiguen excesos de la memoria.
No hubo calles de nombres raros que inviten al olvido.
Más bien se impuso el repique obsesivo: quiénes fuimos
hasta el momento en que la lluvia nos detuvo.
Que el silencio haga lo suyo, no calles por él,
que ya calla por todos mientras observa la marea,
la colección turbia de la estadística, los datos duros
del riñón de todo este asunto, justo allí donde el ocre
de las toneladas de piel y huesos que dos siglos
arrastraron, se vuelve una mancha fundida en los
borrachos que hacen cola y gritan, por una lonja de carne,
un poco más de vino. Así son las cosas en este mercado,
así se trafica el ojo con la voz, la sal con las lentejas,
las manos y la piel. Y toda la gran mugre, la marea oscura,
corre por avenidas de siglos y vuelve a mear en los canteros.
No hay más fuente que la avenida giratoria cubierta
de basura. No hay más avenida que aquella que pasa
por las puertas del nombre. No hay más puertas que las
abiertas por el cielo, rayado por las antenas que el viento
mueve en la terraza genérica de la mente.
El aluminio de los caños leves que cruzan el ojo,
no basta para sostener algo como una idea que se afirma
decenas de metros por encima de las cabezas.
Antenas, antenas que se agitan. No muestran lo mejor,
no echan sombra, no preguntan nada, solo emiten y
reciben señales, puntos en el espacio, ruidos
en el tiempo, y por el tajo que abren allá arriba se filtran
las maderas quebradas, las fogatas, las huellas petrificadas
de los que antes caminaron, comieron, garcharon,
discutieron precio y valor y se quemaron en la marcha
de los minutos. Ahora es cuando callo, y la veo,
Venus embarrada, con sus retratos, la mirada metálica,
sus pocas ganas de responder cuando pregunto
de dónde viene, Venus que se aleja y se diluye
entre sifones rotos y papeles que giran mientras
corro tras ella para decirle que hay que irse,
porque se viene la lluvia.
 
 
 

PÁJARO EN EL PALO 

 

Un pájaro pega en el palo.
En las avenidas, bajo los árboles,
en los caminos de cintura,
quieren saber qué pasa con el cruce
de un pájaro y un palo,
qué fue del pájaro después del palo,
qué quedó del vuelo, dónde
cayó lo que volaba, qué marca en el palo
dejó aquello que venía y sacudió el aire,
quién puso ahí ese palo, cómo fue,
de dónde vino lo que se estrelló.
Nadie vio nada, nunca se sabe
qué música suena
en el cuerpo de un pájaro
que pega en el palo.
 
 
 

HOTEL ROOM 

 

Mi padre esperaba en el cuarto del hotel.
Yo me demoraba en una disquería de la esquina.
Era verano en nuestras vacaciones de hombres solos.
Cuando subí a la habitación, el viejo me dijo:
“Acaban de robarme, nos quedamos sin nada”.
Supe que no era verdad, porque mi padre
está muerto, y lo veía joven y flaco,
demasiado parecido a mí.
Así nos despedimos. En un sueño,
en un cuarto de hotel desconocido.
 
Sobre el tiempo que se pierde en buscar el tiempo perdido
 
Los discos de vinilo decían
“33 ½ r.p.m.” aunque las bandejas
andaban siempre un poco más lento
o un poco más rápido. De modo tal
que la música nunca fue
lo que nuestro oído creía percibir. Y así
de las miles de veces que escuchamos
“A day in the life”, “Las cuatro estaciones”,
“Lady Jane”, “Los mareados” o
“Visions of Johanna” resultan
largas horas robadas por el tocadiscos
a la pieza original, o en su defecto
versiones prolongadas que agregaban
minutos a la música, voces más gruesas,
bajos más bajos, largos pasillos entre notas.
Acaso la única opción a mano para que vuelva
la música perdida sea girar el disco en sentido inverso
lo que permitirá escuchar,
encriptada y secreta,
la vieja canción del pelotudo.
 
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elinfinitoviajar.blogspot.com
 
(Fuente: Oscar Vicente Conde) 

 

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