domingo, 27 de agosto de 2023

Stefania Di Leo (Messina, Italia, 1975)

 

catábasis









                                        Para Leonard Cohen.


Poseo un solo talento: mi música.
Notas fecundas avasallan a golpes la luz.
El mar, con las lágrimas,
se hizo recuerdo entre sus olas,
violento alud que respiran, sin cesar,
estos mares sin dueño. Somos resplandor,
tristeza suma, espectáculo incandescente
en este mundo de porcelana en ruinas.
 
Si pudiera suplicarte que tocaras por mí
aquella música que permanece resonando
en el corazón. Si pudieras vivir
como ave que me sobrepasa por el cielo,
dentro de mí, sentiría escalofríos y escarcha,
alumbrando mi alma con exactitud esculpida
de una luz, que a veces, se revela ausente.
 
Vi la claridad venida desde un barco,
con sus remos abiertos, empujando hacia mí,
y quise ser un alma de la nada
o del destino lanzado a la intemperie.
El amor es poderoso y a veces duele.
 
Se extiende mi sombra oblicua
sobre las maderas de luz y del pasto
creciente de esos límites impuros.
El recinto se llena de mis lágrimas;
siento lo inmóvil vencer
y lo inexacto, de repente cierto.
 
Siento tu voz allá en lo oscuro,
los fantasmas desnudos y las ranas ahogadas.
Miro atenta por tus aguas remotas
inventando a un dios incrédulo
 tras un horror sagrado.
 
Caronte no conoce el río del amor,
en sus pupilas no hay caricias,
no hay cartas de amor escritas por la tarde,
sólo escucha palabras de amantes muertos,
en la inercia de un diluvio de nombres.
 
 ¿Qué importa naufragar o encallar si aún las velas
se sostienen en áureas proporciones?
 
Era como encontrarte y huir, saber que iba a verte
y retirar, con celo, la mano piadosa.
¿A dónde va toda la sangre llena de pena,
de tanta pena no acabada en mundo?
Extinguido reposo de la tarde en llamas.
 
El sol era continuo y enfermo.
Distinto a lo pensado es el infierno:
tiene inclinaciones celestes en su útero,
su rumor apremiante es único y el vacío
impone su quietud en bocas extintas.
 
Era la primavera, y pensé pintarte
en un óleo melancólico.
Sonará la lira y te veré, Leonard.
El amor es poderoso y a veces duele.
 
Sin la música hacemos el infierno.
A veces, los vetustos senderos
conducen a nuestro propio silencio;
gritan los abedules siniestros y en la enésima estepa
farfullan los mapas sin raíces,
las riberas escoltan nuestro paso,
permanecen erguidas en su desnudez constante.
 
En este adverso paraíso comprendes
el precio ruin de la impotencia.
 
Aquí, en esta agonía, se escuchan
mis canciones acompasando con suavidad
su ruina declinante. Sólo el río sabe
si mañana florecerán mis notas…
 
El barco toca tierra y, al detenerse,
se escucha un rumor de silbidos,
como si presintiera tu cuerpo
que se apoderara de mis manos.
La crisálida de amor me roza.
Titila el silencio y las maderas
se encienden en pétalos perfectos,
en un mundo sin luciérnagas.
 
Y puedo escuchar tu nombre, Leonard.
La embriagadora música regresa
a tu boca muerta de palabras.
Vi la oscuridad envolverte,
la magia en un jardín sin rosas,
 ahora, resplandeciente y vivo.
Seguirán los ecos de tus labios
entonando un Aleluya que no cesa.

***

Nueva York Poetry Review
 
(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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