jueves, 4 de octubre de 2018

Eugenio Montale (Italia, 1896-1981)


Los limones


Escúchame, los poetas laureados
tan solo se mueven entre plantas
de nombre poco usados: bojes, alheñas o acantos.
Por mí, amo las calles que dan a los herbosos
fosos donde en charcos
medio secos agarran los muchachos
alguna anguila desmirriada;
las sendas que siguen los taludes
descienden entre los penachos
de las cañas y llegan a los huertos,
entre los limoneros.

Mejor si la algazara de los pájaros
englutida por el azul se apaga:
se escucha más claro el susurro
de las ramas amigas en el aire
que casi no se mueve,
y las sensaciones de este olor
que no sabe separarse de la tierra
y llueve en el pecho una dulzura inquieta.
De las desviadas pasiones
por milagro aquí calla la guerra,
aquí también nos toca
a nosotros los pobres
nuestra parte de riqueza
y es el olor de los limones.

Ve, en estos silencios en que las cosas
se abandonan y parecen próximas
a traicionar su último secreto,
a veces se espera descubrir
un error de la naturaleza,
el punto muerto del mundo, el anillo
que no resiste,
el hilo por desenredar
que nos ponga finalmente
en el medio de una verdad.
La mirada hurga en torno,
la mente indaga, acuerda, desune
en el perfume que inunda
al languidecer más el día.
Son los silencios donde se ve
en cada sombra humana que se aleja
alguna perturbada deidad.

Mas falta la ilusión y el tiempo nos devuelve
a las ciudades rumorosas donde el azul se muestra
solo a retazos, arriba, entre molduras.
La lluvia fatiga la tierra, después; sobre las casas
se adensa el tedio del invierno,
se hace avara la luz, amarga el alma.
Cuando un día de un portal mal cerrado
entre los árboles de un patio
el amarillo de los limones se nos muestra;
y el hielo del corazón se deshace,
entre el pecho nos borbotan sus canciones
las trompetas de oro
de la solaridad.


..
..
La tormenta

Les princes n’ont point d’yeux pour voir ces grand’s merveilles.
Leurs mains ne servent plus qu’à nous persécuter…
Agrippa D’Aubigné, À Dieu


La tormenta que chorrea sobre las hojas
duras de las magnolias los largos truenos
marzales y el granizo,
[los sonidos de cristal en tu nido
nocturno te sorprenden, del oro
que se ha apagado en los caobos, en el corte
de los libros encuadernados, arde aún
un grano de azúcar en el capullo
de tus párpados]

el relámpago que cristaliza
árboles y paredes y los sorprende en aquella
eternidad de instante –mármol maná
y destrucción– que dentro de ti esculpe
puertas para tu condena y que te liga
más que al amor a mí, extraña hermana–
y luego el desarraigo áspero, los sistros, el bramar
de los tamboriles en la fosa
el pisotear del fandango, y sobre
algún gesto que se devana…
Como cuando
te volviste y con la mano, desembarazaste
la frente de la nube de cabellos,

me saludaste– para entrar en lo oscuro



.
.
Sestear pálido y absorto


junto a una abrasada pared de huerto,
escuchar entre las zarzas y malezas
restallar de mirlos, rumorear de sierpes.

En las grietas del suelo o en el algarrobo
espiar las hileras de rojas hormigas
que ora se quiebran ora se entretejen
encima de minúsculas gavillas.

Observar entre las frondas el latido
lejano de escamas de mar
mientras se elevan trémulos estridores
de cigarras desde desnudos montes.

Y caminando bajo el sol deslumbrador
sentir con triste maravilla
cómo es toda la vida y su trajín
en este recorrer un muro
en cuya cima tiene filudos vidrios de botella.


.
.
Correspondencias


Ahora que en el fondo de un espejismo
de vapores oscila y se dispersa,
otra cosa anuncia, entre los árboles, la voz
del pico verde.

La mano que vuelve a la cama del bosque
y pespunta la trama
del corazón con las puntas de la paja,
es la que madura íncubos de oro
a imagen de las acequias
cuando el carro sonoro
de Bassareo traslada alocados gañidos
de moruecos sobre retazos quemados de las colinas.

¿Vuelves tú también, pastora sin rebaños,
y te sientas en mi piedra?
Te reconozco, pero no sé qué lees
fuera de los vuelos que varían al paso.
Pregunto en vano al llano donde una bruma
vacila entre relámpagos y se esfuma entre techos dispersos,
a la fiebre escondida de los trenes rápidos
en la humeante costa.




CASI UNA FANTASÍA




Amanece, lo presiento
por un albor de vieja
plata en las paredes:
lista un vislumbre las ventanas cerradas.
Vuelve el advenimiento
del sol y las difusas
voces, los acostumbrados estrépitos nos trae.
¿Por qué? Pienso en un día encantado
y del tiovivo de horas demasiado iguales
me resarzo. Desbordará la fuerza
que me hinchaba, inconsciente mago,
desde largo tiempo.Ahora me asomaré,
destruiré altas casas, despojos callejeros.
Tendré ante mí un pueblo de intactas nieves
pero leves como vistas en un tapiz.
Resbalará algodonoso un lento rayo.
Selvas y colinas llenas de invisible luz
me harán el elogio de los festivos retornos.
Contento leeré los negros
signos de las ramas sobre el blanco
como un alfabeto esencial.
Todo el pasado en un punto
aparecerá ante mí.
No turbará sonido alguno
esta alegría solitaria.
Cruzará el aire
o se posará sobre una estaca
algún gallito de marzo.




(Fuente:  Ginebramagnolia blog)

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