viernes, 17 de noviembre de 2023

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947 / Reside em San Juan, Argentina)

 

Un raro
privilegio.
1972,
17 de noviembre.
Piletas Olímpicas de Ezeiza.
Los hados
me aposentaron ahí.
Cuidador, limpiabaños
por propinas,
detodounpoco,
ojo alerta nocturno,
libre
en esos bañados,
garzas y nutrias,
en esos bosques
luctuosos
del 20 de junio después.
Morguero en el Policlínico
del Barrio Uno,
la boca del Aeropuerto
y la lluvia y la lluvia.
El ejército en la puerta
de la confitería,
el pobre rancho del soldado:
una polenta sin pacaritos,
una moneda
de dulce de batata y queso rancio,
mis perros
guarecidos del temporal,
ahí nomás
soldados en dispersión
y búsqueda,
lluvia, lluvia;
y los jeeps,
faros encendidos,
marchas y contramarchas,
aquí y allá,
colimbas miroteando
aquí y allá,
digiriendo los micromanjares.
Y el muchacho
que cruzó El Matanza desbordado,
se allegó
a las rastras y tropezones.
Salí,
dio o tres pasos
y cayó de bruces
en el piso de la galería,
exhausto,
enredándose con el aguacero,
la cara partida con el porrazo.
El Chicho Caledonio
moviendo la cola quería lamerlo,
alcanzarle un pata amiga.
Le rastreé´una herida,
un golpe, un infarto,
el frío de adentro
y el de afuera,
lluvia, lluvia.
En eso apareció
un cumpa, Pedro Grande,
a gestos y y brazos que piden.
"¡Ya, agua y azúcar, un vaso,
azúcar y agua o entra en coma!"
"¡Diabetes, la jodida, ya!"
Le abrimos los dientes pegados,
y le zampamos
el agua vital
que no caía del cielo.
No reaccionaba.
"¡Hipoglucemia, otro vaso,
seis cucharadas de azúcar, ya!"
Los milicos
enfrente,
allá
sobre la bajada
de la autopista.
Al fin nos miró,
raleado, confuso,
obtuso.
 
Movida de fierros,
órdenes en la tarde,
armas largas,
sirenas,
cacería.
 
Se recuperó
como quien quiere
recuperarse
y dar gracias
y seguirla.
Dijo ser rosarino,
nos abrazó,
lloró y se alzó,
luna en la desgracia.
Intercambiamos
el viejo impermeable
de mi hermano
por su púlover
de rayas blancas,
azules y rojas
que tengo aquí a mano,
incólume y desteñido.
 
Anocheció
sobre la Ricchieri
en geométrico
y aburrido himno
que ardía
los pinos y eucaliptos,
manto codicioso
a la puerta
de lo que valerse
no se piensa.
 

- Inédito -

 

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