sábado, 19 de octubre de 2019

Jorge Aulicino (Argentina, 1949)


Lovecraft: En las montañas de la locura

 

La venenosa densidad del tiempo respira
en tus imaginadas tumbas de hielo
y podredumbre helada. Acá se mira
por una ventana o se camina
y es siempre ahora.
Llega la canción tensa del tiempo
cuando vibra algo en él,
y alza sombras y palabras
que habían rodado como piedras
y exudaron moho, sarro, orina, baba.
El horror se cargó de voces
que son la voz del tiempo,
las oímos a veces de noche cuando entran
de pronto desde el tardío verano dos grandes mosquitos
atontados, sus patas de plumas, los ojos de lava.

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Visión con poema: En una estación del metro

 

 La aparición de estos rostros en la multitud;
Pétalos en una rama oscura y húmeda.*
……………………………………………….Ezra Pound

Un pie con zapato se destaca
por su propia liviandad entre
los que bajan, rápidos.
La punta del zapato se dobla hacia arriba
como el escarpín de un arlecchino,
y parece apenas tocar los escalones.
El borde de un jean roza el borde del zapato
y el pie, el zapato, el tobillo son
definitivamente
de mujer. No
quisiste saber más.

* Trad. Marcelo Covián
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Selfies vistas en la madrugada

 

Las caras de la gente se deforman, atrapadas
por una cámara de vacío donde no hay ojos.
Hay el fantasma de una posteridad que no llegó jamás,
de otros seres, de otros universos
que no las saben mirar.
O las mira una conciencia intacta
que no aprendió a decirse este es uno, este es otro;
esta es la cara de una mujer, de un hombre,
el gesto, una sonrisa de hada, congelada
justo en el momento de callar,
o de una angustia decolorada, barrida
por un simún de historias.
Se fueron de sí, dejaron de escribir la historia.
Se fueron, estuvieron, y
son como campanarios sin campanas,
packaging que rueda bajo la lluvia.

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Descomposición y mercado (elegía)

 

 

El proceso es horrible solo mirado de cerca,
como aquel caballo en descomposición que el mar
tiró a la playa cuando el éxtasis te visitaba.
No olía, comido por la sal.
El siglo no huele y está podrido,
murió temprano (hay siglos que duran setenta años —Hobsbawm—
y otros que duran diez).
Las películas de zombis invaden las pantallas de occidente,
y en oriente fabrican millones de pantallas
pero no piensan en comer cerebros
sino en crear software
o en sentarse tras un mostrador de metal
con un celular en la mano derecha
mientras la izquierda pasa paquetes
delante del lector de código de barras.
No huele a limpieza ni, de hecho, está limpio el lugar;
se huele en cambio una prolijidad interna
como la de alguien que no está en este mundo.
En el alero colgaban gotas de gordo rocío
cuando Tu Fu desvelado vio sobre la Luna
la sombra de la espada.
Esa sombra es la silueta abismal
que ocupa el centro de este escenario en que
los enseres son transitorios
y no molesta al pensamiento la grasa
en los circuitos del aire acondicionado.
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